miércoles, 5 de junio de 2013

el Cementerio de Colón

El 1 de noviembre, festividad de todos los Santos parecía un dia apropiado para visitar , el mas grande de la Habana. Esperabamos encontrar un marea humana, pero se ve que fuimos un poco tarde y estaban a punto de cerrar, asi que ya no se veia a nadie por alli excepto unos militares. Fanqueamos el umbral, una fastuosa portada neorrománica, y le preguntamos a un soldado si se puede entrar. “Un momento por favor, sientense ahí que ahora les atendemos”, nos indica secamente y se va. Total, que nos sentamos y esperamos un rato. Por alli solo se veian militronchos armados con metralletas. De pronto llega un camión con perros guardianes ladrando furiosos. Nosotros, que desde hacía rato estamos pensando que no había sido buena idea esta visita, ya no nos atrevemos ni a respirar. Se nota una creciente agitación en el ambiente. Yo ya había oido que habia abundante vigilancia para evitar que santeros y paleros se lleven por la noche restos humanos para sus ceremonias, pero aquello me parecia excesivo.

Finalmente llega un oficial con cara de pocos amigos y se dirige a nosotros -“Si, diganme en que puedo ayudarles”
-“Es que queriamos saber si se puede vistrar el cementerio” contestamos con un hilo de voz”
- “no, ya está cerrado hasta mañana. Ya no se puede visitar”

Le damos las gracias aliviados, como si acabara de salvarnos la vida, y nos largamos de alli escopeteados.




Es una pena porque este cementerio es una de las visitas mas interesantes de la Habana, cuenta con dos millones de inquilinos, tantos como habitantes tiene la ciudad, y una serie de fascinantes monumentos funerarios:

- La bóveda del dominó, tumba de una señora a la que le gustaba mucho jugar dominó, en el cual ponía toda su pasión. Una vez, cuando le quedaba una ficha con la cual dominaba el juego, alguien se le adelantó y trancó el partido. Ella se quedó con su ficha en la mano y fue tanto el disgusto que le provocó la muerte. La ficha era el doble tres, que ahora la acompaña en su tumba representada por una pieza de mármol.

- La"Tumba del amor", donde yacía la hermosa Margarita y a donde su marido, Modesto, acudía a diario a dar a su esposa recitales de violín. Tras morir él, sus hijos mantuvieron la tradición de conciertos en el lugar.

- La Capilla de Constante Ribalaigua, gran amigo de Hemingway y creador del famoso combinado Daiquiri,  recinto muy visitado por personas que practican religiones afro-cubanas.
- La tumba de Capablanca, uno de los mas grandes juagadores de ajedrez de la Historia

-La cripta de Miguel Gómez, primer y único presidente negro de la República de Cuba, que obliga al visitante a agacharse para acceder, haciendo una suerte de reverencia al finado.

- El monumento más alto del cementerio, dedicado a unos bomberos que murieron en un incendio. Estaba prohibido que cualquier otro lo superase en altura.
- El mausoleo en forma de pirámide, de un destacado arquitecto decimonónico, con clara inspiración masónica, con el símbolo de Horus sobre su puerta.

Pero sin duda la leyenda más conocida del Cementerio de Colón y la tumba más popular, es la de la Amelia Goyri de Adot,, sobrina preferida del conde Balboa, conocida como "La Milagrosa". Murió al dar a luz, y la criatura también pereció en el trance. Dicen que cuando abrieron la bóveda, su cadáver estaba intacto y tenía al niño en los brazos.


Ésta muestra de amor maternal de ultratumba se interpretó como un milagro y desde entonces se convirtió en un centro de pergrinación para la santería. A los pìes de la tumba se reunen con sus ofrendas los seguidores de Yemaya, Changó y Ochún y le hacen peticiones, de las mas variada índole. Ultimamente incluso se le piden coches o una visa para los EE. UU.




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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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