lunes, 15 de julio de 2013

Roncesvalles


De nuevo acometemos el camino de Santiago. Esta vez desde Roncesavalles-Orreaga. Este histórico enclave navarro, ha sido desde muy antiguo cobijo de peregrinos, fuente de leyendas y encuentro de culturas. Casi todas las invasiones europeas que se han asentado en la peninsula, han cruzado los pirineos por aquí: los celtas, los godos, los francos…

 Los sólidos muros de la colegiata, construida al abrigo del puerto de Ibañeta, guardan en su interior tesoros legendarios, que pasan desapercibidos a la mayoría de los visitantes: el relicario en forma de damero, conocido como Ajedrez de Carlomagno; una delicada talla de la Virgen del siglo XIV; los fondos de la Biblioteca capitular, que comprende más de 15.000 volúmenes de valor incalculabe de todo tipo de materias, y en varias lenguas: hebreo, griego, latín, vasco y hasta chino.

Pero sobre todo hay una pieza que me fascina: la esmeralda de Miramamolín que, según la leyenda, lucía el rey moro en su turbante y que le fue arrabatada en la Batalla de las Navas de Tolosa, por el rey Sancho VII el Fuerte, aquel gigantesco monarca navarro que media mas de dos metros según atestiguan las crónicas de la epoca.

Las tropas cristianas habian acudido a las tierras jienenses a enfrentarse con los invencibles ejercitos musulmanes dirigidos por Miramamulin, emir de los creyentes. Los islamicos contaban con mas abundantes efectivos, compuestos por la infantería ligera marroquí, reclutada en el Alto Atlas, los voluntarios de Al-Ándalus, la caballería almohade, que combatía con lanza y espada, tras la que se encontraban los contingentes de arqueros turcos a caballo , reclutados en Libia en la guerra contra los ayubíes de Egipto.

Al final, formando una apretada línea en torno a la tienda personal del sultán, se encontraba la llamada Guardia Negra (también denominados imesebelen), integrada por fieros soldados procedentes del Senegal. Grandes cadenas y estacas los mantenían anclados entre sí y al suelo, de tal manera que no les quedaba otra alternativa que luchar o morir. Desde su tienda, Miramamulin el sultán arengaba a sus tropas con un ejemplar del Corán en una mano (en la cubierta de este ejemplar estaria engarzada la celebre esmeralda) y una cimitarra en la otra, vestido completamente de verde , el color del Islam.
Todo esto poco debio impresionar a Sancho VII el Fuerte, que además de grande era navarro y, por ende, brutico. Llegó hasta la tienda del Sultán, partió las cadenas a espadazos y puso en polvorosa los pies de toda la morería, incluidos los encadenados. Del consabido saqueo el rey navarro se trajo para Roncesvalles el Coran de Miramamulin, la esmeralda y las cadenas, que quedarían desde entonces incorporadas al escudo de Navarra, y expuestas a los pies de su sepulcro de alabastro en esta colegiata.

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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