viernes, 20 de marzo de 2015

Serrana de la Vera


Otra curiosa leyenda de Garganta la Olla es la que refiere a la Serrana de la Vera.  A la salida del pueblo, en la carretera que comunica con el Monasterio de Yuste, una escultura en bronce,  obra de Evaristo García Santos, representa a la protagonista de la leyenda, hermosa joven de bizarros hábitos, que huyó a la sierra, tras haber sido mancillada por un noble. Instalada en una cueva de  la serranía, se dedicaba a seducir  a los viajeros que pasan por los alrededores y, después de darles el dudoso consuelo de un último revolcón,  los mataba y acaso se hacía un guiso con sus partes mas magras. Acabaron  sus correrías al enfrentarse a un serranillo que no sucumbe a sus encantos, y consigue huir a trompicones de su fatídico destino.



 
Legua y media de Garganta
cinco leguas de Plasencia
habitaba una serrana,  
alta,  rubia y sandunguera.
Vara y media de cintura,   
cuarta y media de muñeca,
 con una mata de pelo   
que la los zancajos le llega.
Cuando tiene sed de agua   
se baja pa la ribera
 cuando tiene sed de hombre   
se sube para la sierra.
Vio venir a un serranito   
con una carga de leña,
 le ha agarrado de la mano   
y a la cueva se lo lleva.
No le lleva por caminos   
ni tampoco por veredas,
 que le lleva por los montes   
por donde nadie la vea.
Ya trataron de hacer lumbre   
con huesos y calaveras,
 de los hombres que ha matado   
aquella terrible fiera.
 Ya trataron de cenar   
una grandísima cena, 
de conejos y perdices,  
de tórtolas halagüeñas,

 - Bebe serranito bebe,   
agua de esa calavera,
 que puede ser que algún día   
otro de la tuya beba.
Ya trataron de acostarse,   
le mandó cerrar la puerta 
y el serrano como tuno,   
la ha dejado medio abierta. 

- Serranito, serranito  
 ¿sabes tocar la vihuela?
 - Sí señora sé tocarla  
 y el violín si usted quisiera. 

Le ha dado una guitarrita   
para que tocara en ella,
 al son que ella se durmiera  
 la guitarra respondiera.
 Al sonar esa guitarra   
se ha quedao medio traspuesta 
ya que la sintió dormida,   
se ha salido para afuera. 

Y al ver que no está el serrano 
  se puso como una fiera
 y al ver que no estaba allí,  
 excava, bufa y patea. 

Legua y media lleva andada   
y sin menear la cabeza,
 otra legua y media anduvo   
y ya volvió la cabeza.
Cogió una china en su honda   
que pesaba arroba y media,
 y de brío que llevaba,   
le ha tirado la montera.
 
 - Vuelve, serranito, vuelve,   
vuelve atrás por tu montera
 que es de paño fino y bueno   y es lástima que se pierda.

- Si se pierde que se pierda,   
yo atrás no voy a por ella,
 mi madre me compra otra   
y si no me estoy sin ella. 

- Por Dios te pido serrano,   
que no descubras mi cueva
 y si acaso la descubres   
maldición que te cayera:

tu padre será el caballo,   
tu madre será la yegua,
 y tú serás el potrillo   
que relinche por la sierra. 

A la mañana siguiente   
el serranillo dio cuenta,
 acudieron todo el pueblo   
para apresarla en la cueva.
- Yo no tengo miedo al pueblo,   
ni a otros miles que vinieran,
 sólo temo aquél viejecito   
que sé que mi padre era,
 y para que me matéis vosotros,   
me mato yo con las tijeras.

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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