miércoles, 10 de junio de 2015

hugonotes




Fue en aquel balcón del Louvre donde se asomó la reina de Francia, Catalina de Medicis, e hizo la señal. Su hija Margo de Valois, iba a casarse con Enrique, el rey de navarra. Todos los amigos del novio habían venido a París, invitados al banquete. Mas de mil nobles protestantes celebrando la boda en los salones de palacio.  Hasta que la reina se asomó a aquel balcón. Sus complices, que esperaban la señal en la iglesia de enfrente, pusieron a repicar las campanas de Saint- Germain

Un grupo de mercenarios suizos se encargó de matar a todos los invitados protestantes alojados en el Louvre, a muchos mientras dormían. El almirante Coligny fue sacado por la fuerza de su lecho y defenestrado por una ventana de palacio. Simultáneamente, se incitó a los parisinos a matar hugonotes a discreción. Era la noche del 24 de agosto de 1572, día de san Bartolomé.

Solo un protestante sobrevivió a aquella noche: el novio. Aunque no disfrutó demasiado de la ceremonia. Enrique IV, logró salvar la vida (porque estaba mal visto matar reyes), pero quedó prisionero en París y fue conminado a abjurar del protestantismo, al igual que lo hicieron otros muchos nobles.

A lo largo del mes de septiembre las matanzas se sucedieron en las principales ciudades de Francia. Se calcula que en París hubo unas tres mil víctimas, mientras que (según fuentes protestantes) el número total de asesinados en Francia llegó a los setenta mil, incluida Juana III, madre del rey de Navarra.

El Papa, al enterarse de la matanza de san Bartolomé, organizó unos festejos populares en Roma, y envió un legado para felicitar a Catalina de Médicis y a su hijo Carlos IX. Se acuñaron medallas conmemorativas, una en Roma y dos en Francia. También el rey Felipe II de España  felicitó por escrito a Catalina de Médicis por tener tan simpática iniciativa.

Poco podía imaginar Felipe II que aquel Enrique IV, cuya desgracia celebraba, acabaría siendo rey de Francia, inaugurando la dinastía de los Borbones, después de ver desparecer a todos aquellos carniceros de la estirpe de los Valois. Declaró la libertad religiosa, en cuanto subió al trono, y fue uno de los reyes mas queridos de Francia. Pero aun menos podía imaginar Felipe II que los  descendientes de Enrique IV sustituirían a los Austrias y reinarían en España hasta nuestros días, o hasta que Felipe Froilan proclame la Tercera República.

2 comentarios:

Jose Felix Morales dijo...

¿Me equivoco o de eso va la película "La Reina Margot"?

EL AVENTURERO dijo...

exacto, jose felix

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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