jueves, 3 de septiembre de 2015

Las Hurdes




Continuamos viaje por el norte de Extremadura, ya al límite de Salamanca, donde la provincia cacereña se arruga en abruptas montañas.
Llegamos a la comarca de Las Hurdes, plagada de ríos caudalosos que erosionan las tarrazas de negra pizarra. Espesa vegetación de centenarias madroñeras castaños y olivos crecen en vertical sobre los espectaculares meandros y jalonan huertos de vertiginoso acceso.
Esta comarca está tan condicionada por su orografia extrema que ha permanecido aislada durante siglos, anclada en un pasado ancestral.
Así nos la mostró Buñuel en “Hurdes, tierra sin pan su documental de 33 minutos, rodado en 1933, en plena República. Los hurdanos no quieren ni oir hablar del genio de Calanda, que les retrató como gente  salvaje y atávica, que robaban a sus hijos el pan que les daba el maestro, y veian impertérritos como las abejas causaban la muerte a un burro a base de picotazos.
La idea de rodar un reportaje sobre la paupérrima región de las Hurdes la concibió Luis Buñuel inspirado por los estudios del Dr. Gregorio Marañón sobre la enfermedad del bocio en aquéllos parajes. Le faltaba, sin embargo, el dinero necesario para empezar el rodaje. A propósito de eso, contaba que, un día, en Zaragoza, hablando de la posibilidad de hacer un documental sobre las Hurdes, con su amigo Sánchez Ventura y Ramón Acín, éste le dijo de pronto:
- Mira, si me toca el gordo de la lotería, te pago esa película.
Y fue y le tocó el gordo. Y le pagó la película.


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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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