El templo de Philae, que durante varios meses al año permanecía bajo las aguas, fue desmantelado y reconstruido en otra isla del lago Nasser, muy cerca de su emplazamiento original, para evitar su desaparición definitiva con la construcción de la presa de Asuan.
Al parecer, desde tiempos remotos ya existía en este lugar un pequeño templo dedicado al dios alfarero Jnum, pero es con las últimas dinastías, e incluso con la dominación romana, cuando este sitio es renovado y consagrado a la diosa Isis, logrando su máximo esplendor.
Fue el ultimo templo pagano que se construyó y el único que mantuvo el antiguo culto de los tiempos faraónicos, cuando el cristianismo era ya la religión oficial de todo el Imperio Romano y el emperador Justiniano había ordenado suprimir el culto a dioses paganos.
Incluso en tiempos de las cruzadas se seguía profesando en este lugar el culto original a los dioses egipcios. Cuenta la leyenda que Caballeros Templarios navegaron el Nilo en una de sus incursiones por el país y alcanzaron la isla de Philae. Seducidos por la hermosura del lugar, por la paz y la espiritualidad que emanaba, y por la belleza del culto a la diosa Isis, decidieron camuflar a la diosa madre Isis bajo la imagen de una "virgen negra", para trasladar su devoción a occidente, dando origen al culto a las Vírgenes negras que se repite por toda Europa, como la Mureneta de Montserrat o la Virgen de Czestochowa, en Polonia.
Todavía hoy en día, una vez al año un grupo de iluminados procedentes de distintos países se reúnen en Philae y realizan sus ofrendas a los dioses siguiendo antiguos rituales
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.
2 comentarios:
que bien eliges los colores de tus dibus,lo mismo nos llevan al calor del desierto, que a la frescura de un oasis o al misterio de la noche egipcia.un placer
Mencanta cómo has pintado el reflejo sobre las aguas.
Además tus palabras me han recordado a AIDA, cuando nos vestíamos de sacerdotisas para cantar y honrar al "Inmenso Fta" (qué cualquiera sabe si existe, o fue solo la mente del libretista de VErdi).
Besotes morrocotudos
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