jueves, 27 de noviembre de 2008

Meknes

Mulay Ismail levantó Meknes de la nada. Esta ciudad fue su obsesión. Miles de esclavos y prisioneros cristianos levantaron kilómetros de bastiones, puertas monumentales, arsenales gigantescos, graneros… como para una boda.. Pero era él quien dirigía y vigilaba personalmente las obras. A veces incluso cogía el pico y se ponía a golpear las piedras para dar ejemplo. Otras veces, en lugar de las piedras, golpeaba las cabezas de los obreros negligentes, con una finalidad igualmente edificante.

La ciudad aun conserva un aire sobrecogedor. Los inmensos muros de los palacios, hoy sumidos en el abandono, parecen quejarse. Durante su construcción, los cadáveres de los ajusticiados y de los esclavos que morían en la obra eran utilizados como cimientos de las murallas y su sangre se mezclaba con el mortero. Ahora sus lamentos se dejan oír en el silencio de la noche, entre los vestigios de esas ruinas que evocan el poderío de aquel terrible sultán y el sufrimiento de su pueblo.



4 comentarios:

Joaquín Ágreda Yécora dijo...

Precioso Blog y enhorabuena por Onil y Empatía... Me he reido y he disfrutado un montón. Un saludo.

EL AVENTURERO dijo...

gracias, joaquin

oye, tu tenias un hermano en el cine club de deusto, no?

Anónimo dijo...

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Joaquín Ágreda Yécora dijo...

Anda, si había una contestación a mi saludillo del 27 de Noviembre... No esperé contestación, y perdiendo el tiempo por internet en Junio voy y veo que entonces agradecías mis enhorabuenas... Pues de nada, Aventurier.

¿Deusto? ¿Un hermano? No, ninguno de mis hermanos estudió en Deusto. Debes confundirte.

Pero casualmente yo sí estudié en Deusto y, lo que es la vida, también anduve metido en el CineClub que Amaba el Cine y la Mantequilla. ¡Qué casualidad!

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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