jueves, 13 de noviembre de 2008

safi



Cae la noche en Safi. En la terraza de un café junto al puerto establecemos nuestro centro logístico. Desde allí observamos el devenir de los acontecimientos.

El aroma del té con hierbabuena no consigue neutralizar los penetrantes olores de esa amalgama formada por fosfatos, fertilizantes, hidrocarburos y cabezas de sardinas.


7 comentarios:

Anónimo dijo...

por el olor de la sentina, las narinas del capigorron desprevenido sacaran -con un dictum que ya es cliche- tu bellaqueria.

Anónimo dijo...

Casi lo estoy oliendo (el té y todo lo demás)

Wendy Pan dijo...

Ay, Aventu, el otro día macordé de tí, mientras veía las tinas donde tiñen las telas por esos lares. Como en aquél dibujo que colgaste hace tiempo, aiiins, pa siempre en mis retinas.

EL AVENTURERO dijo...

donde has visto esas tinas, wendy? has estado en fez?

Anónimo dijo...

Yo de estos olores no sé nada , aunque a priori su mezcla me parece nauseabunda.. Es por saludar al aventurero y que sepa que persigo sus andanzas desde esta ricóndita calle con olor a croquetas

Wendy Pan dijo...

Más quisiera, en un documental de La2, que es la forma en que viajo habitualmente.
Ayer estuve en Ruanda con Sigourney Weaver y los gorilas, muy emocionante!

Anónimo dijo...

Hello everybody! I don't know where to start but hope this place will be useful for me.
Hope to receive some help from you if I will have some quesitons.
Thanks in advance and good luck! :)

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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