jueves, 16 de abril de 2009

El Haman de Roxelana

Hakesi Hamami

En 1566 el gran Mimar Sinan construyó, sobre los antiguos baños bizantinos de Zeuxxippus, este hamam para la segunda esposa de Solimán, Roxelana, literalmente “la rusa”, debido a los orígenes que se le atribuían.

"Suleyman el magnífico", hijo de Selim I, el cruel, fue el Sultán más rico y poderoso del imperio otomano. Extendió sus dominios desde Bagdad hasta Hungría a Península arábiga, Persia, lo Cárpatos... Reconstruyó los muros de Jerusalén. Expulsó de la isla de Rodas a los Caballeros de Malta. Tomó Trípoli, Belgrado y llegó hasta las puertas de Viena haciendo temblar a toda la cristiandad.

Pero tenía un punto débil: Roxelana. Ella era una esclava ucraniana de gran belleza que probablemente fue capturada en el Cáucaso y comprada en el mercado de esclavas para el harén del sultán. La conoció al comienzo de su reinado y, dejando de lado a las otras mujeres de su harén, la convirtió en su favorita y su esposa, algo inaudito hasta entonces. Llegó a tener una influencia extraordinaria sobre el sultán, consiguiendo cuanto le proponía: el exilio de sus hijos, la ejecución del Gran Visir...

El italiano Bassano, que era paje en el palacio en aquella época, fue testigo de esta pasión: “Él le manifiesta tanto amor y confianza que todos sus súbditos, extrañados, comentan que ella lo ha hechizado y la llaman Cadi, o sea la Hechicera”


1 comentario:

Muskilda dijo...

Hay un libro, titulado "Harem", de cuyo autor/autora no me acuerdo, que habla de esta historia. Me parece que es autora, porque en la historia, la prota decide que de qué va a ser ella una esclava, pudiendo llegar a manipular a Suleyman hasta lo más insospechado. Consiguió abolir el harem de Suleyman (y esto no aparece sólo en el libro, tambien en libros de historia), y no se le cayeron los anillos por quitar del medio a todo el que le podía hacer sombra (otras mujeres, sus propios hijos que, al fin y al cabo eran hombres...). En fin, una mujer de la que podríamos aprender mucho.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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