jueves, 7 de mayo de 2009

Roma, citá aperta

Acabo de volver de Roma, la ciudad imperial, el caput mundi, la cabeza del mundo. Y paseando por esas calles empedradas, pensaba yo “no ha cambiado mucho desde la ultima vez que estuve, hace casi 30 años, pero sin embargo, cuanto ha cambiado esto desde que lo fundaron Rómulo y Remo”

Estos dos huerfanitos, abandonados en las aguas del Tiber y amamantados por la loba capitolina, eran descendientes de Eneas, y por tanto de la mismísima diosa Afrodita. Por eso los actuales romanos siguen pensando que por sus venas corre sangre divina.


Una vez emancipados de la loba, Rómulo y Remo levantaron una leve empalizada en un terreno y juraron que matarían a todo el que la atravesase. Un dia Remo, quizas enfadado porque ese terreno no se llamaba Rema sino Roma, tiró la valla de una patada para demostrale a su hermano la fragilidad de las defensas. Rómulo, fiel a su promesa, no se lo pensó dos veces y le mató.

Asi pues, Roma nace de un fratricidio. Este hecho lega a sus sucesores la enseñanza, tantas veces repetida a lo largo de su historia, de que cualquier excusa es buena para justificar el derramamiento de sangre, aunque sea divina.


3 comentarios:

Muskilda dijo...

Otra de las teorías para el origen divino de Rómulo y Remo es que una noche, una bella vestal paseaba por las orillas del Tiber. Por allí pasaba tambien Marte, Dios de la Guerra, descansando entre batalla y batalla.Y como, por lo visto, no hay mejor descanso del guerrero que la coyunda, imaginaos... Marte vió a la vesta, prendose y violó a la vesta (no iba andarse con mariconadas de "yo he hecho un voto de castidad..."). La bella vesta quedose preñada y parió dos gemelos. Pero, como en teoría debía ser casta y pura, decidió abandonar a las criaturitas en el bosque para que fuesen devoradas (borrar las huellas de la no virginidad, vamos). Por lo visto Marte algo de corazoncito ya tenía, y decidió enviar a una loba para que amamantara a sus cachorros, y así nació la leyenda.
Es por eso que los romanos estaban muy creciditos con lo del Imperio, porque pensaban que descendían del Dios de la Guerra.

EL AVENTURERO dijo...

la teoria que expones, muskilda, es tan poco verosimil como la que expongo yo.
En cualquier caso explica iguaente ese caracter subidito de los romanos/as

Wendy Pan dijo...

Joer, qué borde Romulón, no?
Pero que mémoris más bonicas, estar en Roma con mis compis de coro (nota mental: colgar alguna foto de ello, oye, en el caralibro), aunque nunca fuimos más allá del Trastevere. Me queda pendiente pa la próxima.

Por cierto una vez ligué con un romano, pero de Roma, no de la minifalda xDD

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

Contribuyentes