En una esquina de Washington Square se suelen juntar los aficionados al ajedrez. Ya en su día iba a jugar allí el joven Bobby Fisher, probablemente el mejor jugador de todos los tiempos. Me acerqué una tarde por allí con idea de echar unas partidillas. Hubiese preferido ir al Manhattan Chess Club, donde se quedó seco Capablanca, pero por lo visto ya lo cerraron.
Un tipo me invita a jugar. “One play, five” me dice, y yo entiendo que quiere jugar a cinco minutos. OK. Pierdo la partida y mi contrincante me suelta “give me five, man”, que yo traduzco mas o menos como “choca esos cinco”. Craso error: En realidad, me está reclamando los cinco dólares que habíamos apostado, sin yo saberlo. Aclarada la confusión, le propongo una revancha. Le gano y quedamos en paz.
Otro día, juego con un venerable jubilado. “One play three dolars, two play five dollars” me dice antes de empezar. OK, digo. Ganamos una cada uno y yo entiendo que quedamos económicamente en paz (“on peace”). Nuevo error: El abuelo cobra por jugar, como si fuera Alekhine, pero siendo mas malo que el sebo (“more bad than grease”). Le pago los cinco dólares a regañadientes. Luego aparece un puertorriqueño, me desafía y yo entro al trapo. Me gana unas cuantas partidas y 20 dólares, pero a este por lo menos le entiendo cuando me habla y sé lo que me estoy jugando.
Para evitar que me siguieran desplumando, me fui a jugar a Bryant Park, otro parque al que también acuden ajedrecistas, pero por el mero placer de jugar y sin el afán de lucro que tenían esos sacacuartos de Washington Square.
Además en Bryant Park, a escasos metros de donde jugábamos, se celebraba la Semana de la Moda de Nueva York… pero eso es otra historia.
7 comentarios:
Judax
dijo...
A mi se me pasó la época gloriosa de ganar al ajedrez (bien lo sabe el Aventurero), pero apostar a la carta más alta es un entretenimiento que me ha reportado suculentas ganancias(langostinos, sanwiches, botellitas de rioja, etc, etc) ... ¿No habrá en NY alguna plaza en la que se entretengan con este honesto deporte?
Lo ví cinco minutos, justo esa parte y me acordé de ti. Yo ni me echaba la cámara al ojo, olía a que alguién iba a pedir dinero enseguida. Eso sí, enhorabuena por tus victorias, y me gusta lo del juego de la rana, como molaba,
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.
"En mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo..."
"En mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo..." comenzaba sus alocuciones el capitán Tan, sea cual fuera el tema de conversación. Inmediatamente sus interlocutores (especialmente el tío Aquiles, inolvidable Miguel armario) dejaban de prestarle atención, sabedores del escaso interés de sus anécdotas.
¿Tendré acaso yo mejor acogida con mis sucedidos? ¿quien soy yo para compararme con el legendario capitán, pionero de los grandes exploradores?
7 comentarios:
A mi se me pasó la época gloriosa de ganar al ajedrez (bien lo sabe el Aventurero), pero apostar a la carta más alta es un entretenimiento que me ha reportado suculentas ganancias(langostinos, sanwiches, botellitas de rioja, etc, etc) ... ¿No habrá en NY alguna plaza en la que se entretengan con este honesto deporte?
seguramente la habrá, judax, pero con tu fama de trilero no se si vas a convencer a alguien
acabo de ver al puertoriqueño que me ganó los 20 dolares, en un programa de viajeros de la cuatro
Noooooooo! No me lo creo.
La próxima vez que vengas a NY montas un juego de rana en alguna esquina y te haces de oro!
Lo ví cinco minutos, justo esa parte y me acordé de ti. Yo ni me echaba la cámara al ojo, olía a que alguién iba a pedir dinero enseguida. Eso sí, enhorabuena por tus victorias, y me gusta lo del juego de la rana, como molaba,
Lo de la rana va en serio. Me traje un juego de rana de Bilbo y lo tengo en el jardín de casa y no veáis lo que flipan los americanos con el batracio.
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