viernes, 23 de octubre de 2009

Edificio Chrysler



El Chryler Building fue durante unos meses el edificio mas alto del mundo, hasta que el Empire State le arrebató el título. Pero sigue siendo el mas hermoso de todos, con sus 17 ascensores art decó, todos distintos, sus expresionstas aguilas de acero, su estilizada cúpula y su decoración imitando piezas de los coches

Y es que su promotor Walter Percy Chrysler era un magnate de la industria automovilística, aunque empezó de aprendiz en un taller del Union Pacific. Uno de esos self made man que tanto gustan a los americanos.

Quiso construir un templo a su vanidad en el centro de Manhattan, para lo cual contrató al joven arquitecto Willian Van Alen. Y quiso que su rascacielos fuera el que rascara los cielos a mas profundidad. Para conseguirlo tuvieron que engañar a la opinión pública y sobre todo al banco de Manhattan, que estaba construyendo un rascacielos de 47 pisos en Wall street.

Van Alen anunció que el edificio Chrysler tendría 68 plantas y mediría 270 metros. Inmediatamente el Banco de Manhattan y su arquitecto Craig Severance (antiguo socio y después enemigo declarado de Van Allen) modificaron su proyecto y lo ampliaron hasta 280 metros.

Pero Van Alen se guardaba un as en la manga. Habia construido en secreto una larga aguja, que mantenía oculta en el hueco de un ascensor. El 23 de octubre de 1929, una vez que se habia inaugurado el Manhattan bank (el proyecto final llegaba hasta los con 308 metros), Van Alen sacó su aguja de 27 toneladas y la coronó en el edificio Chrysler a 318 metros de altura. De esta manera se convirtió en el edificio mas alto del mundo. ¡Chupate esa, banco de Manhattan!

Al dia siguiente ningun periodico reflejó la noticia. El repentino desplome de la bolsa de Wall street que arruinó a medio mundo acaparó todos los titulares.


8 comentarios:

Judax dijo...

Es uno de los edificios que mas me gustan, algún día cruzaré el charco para visitarlo. Ahora tengo un motivo extra, la jugadita de la aguja se realizó el día de mi cumpleaños ... mola

cosmopolitana dijo...

Es mi edificio preferido, lo sabe el Aventurero. Lo vimos juntos, plateado, magnífico, rascando la niebla. Me hace feliz pensar en ese momento.

EL AVENTURERO dijo...

pues felicidades entonces, judax, que caba de ser tu cumpleaños

y un beso para la cosmopolitana

Muskilda dijo...

Como me censuras mis comentarios sobre arquitectos, me abstengo de comentar nada.

EL AVENTURERO dijo...

Libertad absoluta, muskilda. Expresa tus recelos

gus aneu2 dijo...

Me gusta eso de la aguja escondida en el hueco del ascensor, jejeje

Muskilda dijo...

No, si era un chiste malo sobre los arquitectos, y eso de "ya verás que yo la tengo más grande", o "mi edificio es más minimalista", o "que malos son el resto, que bueno soy yo", en fin... que te voy a contar que tu no hayas oido, con esas orejitas que se han de comer los gusanos. Conste que el edificio es divino de la muerte...

EL AVENTURERO dijo...

Tienes razon muskilda, los arquitectos son muy suyos. Ya sabes, ni lo bastante hombres para ser ingenieros, ni lo bastante gays para ser decoradores

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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