miércoles, 28 de octubre de 2009

McSorley



En la calle 7, entre las Avenidas Segunda y Cooper, rodeado del vecindario estudaintil del East Village, se encuentra la taberna McSorley que pasa por ser la mas antigua de NYC.

La abrió en 1854 un irlandés llamado Jonh Mc Sorley y desde entonces apenas ha experimentado ningún cambio. Sigue en manos de la misma familia y parece que a ninguno de ellos les molesta el polvo y el serrín acumulado durante un siglo y medio. La única novedad es que recientemente se ha añadido un WC para mujeres, instalación innecesaria hasta 1970, año en que el saloon levantó el veto a la presencia femenina.

Una de las características más sorprendentes del local es que te sirven el doble de lo que solicitas. Si pides un whisky te sacan dos. Si pides tres cervezas te sacan seis. No me preguntéis porqué, yo tampoco lo entiendo.

Una vieja tablilla de madera colgada entre las mugrientas fotografías que saturan las paredes resume la filosofía del viejo McSorley: “Be Good or Be Gone” (pórtate bien o vete), y me hace imaginar antiguas trifulcas tumultuarias, cortadas de raíz por los camareros arrojando por la ventana a los alborotadores ebrios entre el jolgorio general.

Otro cartel mucho mas reciente, con la foto de un gatito, anuncia triunfante a su clientela: “el pequeño Winny ya ha sido encontrado”.


7 comentarios:

gus aneu2 dijo...

Habrá que preparar una quedada en sitio tan serio ¿no?

EL AVENTURERO dijo...

seria lo suyo

cosmopolitana dijo...

El día de San Patricio que hay mucho ambiente!

gus aneu2 dijo...

Y todos de verde, sí señora.

Muskilda dijo...

Vale, me apunto. Soy una gran defensora de las tascas que siguen una política de no agresión con el polvo (el no me molesta a mi, yo no le molesto a el...)

Judax dijo...

Curioso local. Me conmueve que con ese aire tan serio y añejo sean capaces de celebrar la vuelta a casa del pequeño Winny.

Antes de cruzar el océano solamente para visitarlo me gustaría saber un cosilla, si pido uno y me sirven dos ... ¿cobrarán tres?

cosmopolitana dijo...

La última vez que estuve en este pub observé como un tipo (seguro que se llamaba Pat) se bebía martini tras martini sin comerse las aceitunas, las cuales iba metiendo en un tarro. Muerta de curiosidad le pregunté el porqué de su extraño comportaminento; "Nada guapa, que mi mujer me ha mandado a por un bote de aceitunas."

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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