viernes, 13 de noviembre de 2009

Little Italy


Little Italy está siendo progresivamente devorada por Chinatown. Los chinos han desplazado a casi todos los italoamericanos, que se han ido trasladando a otras zonas mas periféricas, refundando sus comunidades en Brooklyn y Queens. Actualmente Little Italy se reduce a las calles Mulberry y Bleecker, donde todavía quedan un puñado de buenas pizzerías y trattorias.

Aunque algunos de estos ristorantes los regentan orientales, el barrio todavía conserva un poco de ese sabor napolitano, y cuando miras hacia las azoteas no te cuesta imaginar a un joven don Vito Corleone tratando de prepararle una emboscada al viejo capo de la mafia local.

Precisamente hasta hace pocos muchos años se paseaba por Little Italy Vincent Chin Gigante, un esquizofrénico vestido con pijama y gorro de lana, hablando solo y boxeando con su sombra. Los turistas no podían sospechar cuando se cruzaban con este tonto del barrio que era el hombre que dirigía personalmente el clan Genovese, la familia mafiosa más sanguinaria de Nueva York. Durante años se hizo pasar por loco y le funcionó hasta que en 2002 fue detenido y reconoció todo el montaje ante la fiscalía.


5 comentarios:

cosmopolitana dijo...

Joder, esos dos seguro que son familia de mi marido y los veré en Thanksgiving!

cosmopolitana dijo...

Cuántas escenas geniales en el cine con tipos como estos dos eh? Pienso en Joe Pesci diciéndo "Y no te olvides de los canollies!"

EL AVENTURERO dijo...

creo que joe pesci empezó trabjando en una panaderia de little italy

cosmopolitana dijo...

Otra vez me he vuelto a liar, lo que comento en la primera entrada pertenece aqui. Sorry...

Wendy Pan dijo...

Porca Miseria !!

xD

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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