lunes, 8 de febrero de 2010

La emperatriz Zoe

Hay un mosaico en Santa Sofía que representa a la interesante historia de la emperatriz Zoe y su esposo.

Constantino VIII no tuvo hijos varones, y no quería que ninguna de sus tres hijas heredara el trono de Bizancio, pero su hija mediana Zoe llegó a ser emperatriz casandose con el gobernador Romanos Argyros (Romano III).
El tal Romanos era tipo apuesto a pesar de que ya tenía 60 años. aun así, pasado un tiempo, Zoe se hartó de su marido, porque estaba especialmente interesada en un campesino de la Paflagonia llamado Miguel que tambien era guapo, pero ademas era joven, y que había sido introducido en el gineceo del palacio por su hermano Juan Orphanotropos.

Romano III murió en el baño el 11 de abril del año 1034 y esa misma noche Zoe se casó con Miguel. Una vez que Miguel fue coronado emperador, perdió súbitamente todo el interés por ella.

Miguel era epiléptico y durante la campaña de los Balcanes cayó enfermo. Convenció a Zoe para adoptar a su sobrino, también llamado Miguel. Después de que el nuevo Miguel fuera nombrado emperador traicionó a Zoe y la desterró a ella y a su hermana Teodora. Pero el pueblo quería a las dos hermanas y se rebeló. Zoe y Teodora regresaron pero la ira de la gente exigía venganza. Miguel fue atrapado en Santa Sofía y le sacaron los ojos.

Como no había otro emperador, obligada por las circunstancias Zoe se casó con Constantino Monomakhos cuando tenía 64 años.

En el mosaico de Santa Sofia vemos a Constantino Monomakhos pero hay algo raro: la cabeza del emperador y el texto sobre su identidad parecen modificados. Se dice que Zoe mandó hacer el retrato de su primer marido y conforme sus maridos, cambiaban, iba tambien cambiando la cabeza y el texto del mosaico, pero mantenía el cuerpo y el resto de la imagen, con lo que ahorraba unos denarios al erario público.

3 comentarios:

Wendy Pan dijo...

... con lo cual demostraba el buen juicio de la querida-por-su-pueblo emperatriz ;D

marina dijo...

qué barbaridad! qué vidas tan ajetreadas, por la gloria de mi abuela!

Y yo aquí, en el siglo XXI y toda la tarde en casa cosiendo disfraz para mi sobrino... claro que así me lo gano y no me repudia ni me destierra ni me...

o si???

Muskilda dijo...

Mosaico, el dedo en el agujero húmedo, la fuente de los verdugos, la mezquita azul... Espero acordarme de todo.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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