domingo, 26 de septiembre de 2010

gatos venecianos


Por alguna razón atávica, Venecia, tan populosa bajo la luz del sol, durante la noche se torna una ciudad vacia y silenciosa.

El Campanile aun no ha anunciado la medianoche y ya tan solo resultan visibles algunos turistas reticentes que apuran sus spritz por los alrededores de San Marcos y los estudiantes poco aplicados que procrastinan en el Campo Santa Margherita. Y aun estos no tardarán en recogerse en su refugios.

En las calles desiertas, los sigilosos felinos serán los únicos testigos de la atmósfera , radiante y enígmatica que desplegará entonces la ciudad.

Los gatos son desde tiempo antiguo muy mimados y respetados por los venecianos.

Y es que la peste que motivó la construcción de la iglesia de la Salute, fue propagada por ratas asiáticas que llegaron ocultas en los barcos que venian de Oriente. Asi, estas naves que traían preciadas especias, fina seda y otras codiciadas mercancías, enriquecieron la ciudad pero tambien provocaron su destrucción. Los fatídicos roedores encontraron en las cloacas de Venecia un refugio perfecto para multiplicarse y propagar la enfermedad.

Para combatir la plaga, la Serenísima importó gatos de las islas de Dalmacia que pusieron todo el empeño en aniquilar a sus naturales enemigos.


Bien pudiera ser que, en agradecimiento, los parroquianos otorgaran a los gatos el privlilegio de gozar en exclusiva de la noche veneciana



6 comentarios:

Snad dijo...

Pues algo me dice que tienes un tanto de gato tú, parroquiano. Y no creo que sea la osmosis por cohabitación con la adorada Elga, ni tampoco lo digo por tu habilidad de trepar tapias, manzanos o monumentos. Sino por esa habilidad innata, muy semeja a la de los gatos, de ubicarte en el lugar apropiado allí donde estés, siempre en guardia, ojo avizor, como el capo en la trattoría, donde todo pasa siempre a espaldas de tu interlocutor.
Hago esta liaison porque acabo de leer tu post anterior y me he acordado de ese momento entre otros, porque hay otros, ¿verdad Licenciado?; de ese momento que vivimos hace ya unos cuantos años tomando un café en una terraza de la Zurriola en pleno Festival de Cine, a eso de las tres de la tarde donde sólo pasan cosas buenas. Casi siempre. Pues eso, que me di cuenta que algo pasaba a mis costas al notar tu mirada perdida y que ya no respondías a mis preguntas. Me di la vuelta y allí estaba ELLA, colocándose sus sandalias de tacón al salir de la playa, abstraída como tú en una secuencia que sería imposible de reproducir el mismísimo Hickot. Como siempre me perdí la mitad. Qué gato estás hecho, tú.

EL AVENTURERO dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EL AVENTURERO dijo...

ay, amigo snad, no pasa un solo dia sin que recuerde aquella escena

Snad dijo...

.ríete de los anuncios. Tampoco soy el mismo desde entonces. Buf!

Judax dijo...

Siento envidia por tanta complicidad, y curiosidad por el comentario suprimido,

Estoy absolutamente de acuerdo en el carácter gatuno del Aventurero, es un gran observador cuasi invisible, tiene ese don innato para pasar desapercibido mientras las cosas suceden ante sus ojos.

Snad dijo...

Que va Judax, no es para tanto, sucedió que nos fuimos sin pagar, provocamos un par accidentes de tráfico por aquello de seguirla hipnotizados y berrear como niños cuando más de cerca intuimos que era un hombre. Así que El Aventurero tiene que ir al Festival durante diez años a realizar trabajos sociales haciendo de seguridad para la farándula. Por eso se acuerda. Lo que pasa es que lo disfraza de francachela.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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