miércoles, 22 de diciembre de 2010

ALJAFERIA


'¡Oh, palacio de la alegría! ¡Oh, sala de oro!
Gracias a vosotros logré el colmo de mi anhelo.
Y aunque no tuviera otra cosa mi reino,
Para mí sois cuanto pudiera ansiar'


La construcción de este palacio data del s.XI, durante el reinado del segundo monarca de la dinastía de los Banu Hud, Abú Yafar Ahmad ibn Sulayman (1046-1081).

Este monarca ostentó los títulos de 'Imad al-Dawla' (Pilar de la Dinastía) y 'al-Muqtadir bi-llah' (Poderoso gracias a Dios). Este último, obtenido tras la reconquista de Barbastro, le consolidó como paladín y defensor del Islam entre las taifas peninsulares.

De Yafar acabaría derivando el nombre de Alfajería, aunque entonces se le conocía como el palacio de la Alegría 'Qasr al-Surur'. Con el tiempo fue castillo medieval, palacio delos Reyes Católicos, cuartel, y sede de las Cortes de Aragón en nuestros días.

En la época de palacio taifal, el filósofo y poeta Avenpace estaba un día en la Aljafería recitándole a una esclava el poema "Arrástrase la fimbria de tu manto". El gobernador Ibn Tifilwuit escuchó la composición y exclamó entusiasmado "¡Juro por lo mas sagrado que no volverá Avenpace a su casa si no es andando sobre oro!". Figurose Avenpace que aquel exabrupto podía reportarle mas problemas que privilegios, asi que se colocó un par de monedas bajo las sandalias antes de marcharse a casa.

5 comentarios:

Wendy Pan dijo...

BRAVO!! Como simpre dando clases majistrales de historia sobre los parajes maravillosos que suertudamente visita, para sí, y para nos.

FELIZ NAVIDAD, querido Aventurero!!!

Judax dijo...

Urte berrion

Wendy Pan dijo...

... and a Happy New Year!!!

EL AVENTURERO dijo...

FELIZ AÑO TAMBIEN PARA VOSOTROS, AMIGOS!

cosmopolitana dijo...

URTE BERRI ON DENORIK!

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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