viernes, 22 de junio de 2012

La cruz de los valientes


Hay entre Santo Domingo de la Calzada y Grañon una loma, con un monumento conocido como la Cruz de los Valientes. Valientes animales, diría yo, conocedor de los acontecimientos que conmemora. Os cuento.

Crecía en la loma un encinar cuya propiedad ambos pueblos se disputaban. Los habitantes de Grañón veían con sumo desagrado que el extenso encinar que consideraban suyo, era explotado y ocupado impunemente por la ciudad del Santo, o viceversa. Mediaba el siglo XIV.

El litigio habia llegado a tal extremo que los concejos se convocaron a vistas para intentar llegar a una solución pero aquello no hizo sino caldear mas los ánimos.

-Con razón corre por estos pueblos el dicho: "Grañón, en cada casa un ladrón".- decian los calceatenses.
-Pues sí que podéis presumir vosotros, id a Bañares y preguntad lo que dicen de vuestro patrón: "Si lo apedreamos muy bien hacemos, que no se meta el santo en terreno ajeno".

Viendo el cariz que estaban tomando la asamblea, una voz sensata propuso “¿Para que vamos a discutir si podemos arreglarlo a golpes?”. La idea entusiasmó al vulgo y acordaron elegir sendos energúmenos que luchasen a muerte, en singular combate cuerpo a cuerpo, en defensa de la propiedad del lugar. El que ganase se anexionaría el bosque.

Se celebró el combate, y ambos contendientes se emplearon con un valor sobrado e inusitada inquina, pero cayó primero el de Santo Domingo, reventado a golpes por su adversario. Victorioso, el luchador de Grañon entregó el encinar a sus convecinos. Se llamaba Martín García .

El nombre del vencido nadie lo recuerda. Vae victis!

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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