Ahora
que se acerca el puente de la Constitución me acuerdo del puente de la
Constitución. Del otro. El puente de la Constitución de 1812, la Pepa. Esa gigantesca
infraestructura que pretende atravesar la bahía de Cadiz, pero que se ha
quedado en un mastodóntico monumento inconcluso. Ese agujero sin fondo, que ya ha consumido casi 500 millones de inversión
publica. La obra más costosa que ejecuta en la actualidad el Ministerio de
Fomento
Me
asomo a la playa de Fuente Bravia, y a lo lejos puedo distinguir el esqueleto del
puente, surgiendo de las aguas como un Godzila de acero y cemento, devorando
fondos presupuestarios.
No se
porque extraña asociación, me viene de pronto a la cabeza la historia del Niño pez de Lierganes, una criatura que quedó atrapada entre las redes de un
pesquero en las aguas de esta bahía gaditana, hará unos cien años atrás, tal
vez doscientos. (asi de documentada tengo la historia). Tenía el cuerpo
cubierto de escamas y creo que su respiración era branquial. Se mostraba
asustado y era incapaz de hablar. Despues de varios días sometido a continuas
preguntas, acertó a pronunciar una palabra: Lierganes.
Puestos
en contacto con el párroco de la localidad cántabra, este reconoció a un muchacho
del pueblo que se sentía en el agua como pez en el mismo medio. Habia marchado
el zagal a Portugalete para trabajar de aprendiz de carpintero, y un dia
bañándose en la ria del Nervión, despareció y todos le dieron por ahogado.
Habian pasado desde entonces cinco años. O diez.
¿Pudo
haber pasado todo ese tiempo en el mar a la deriva? Pues qué sé yo, pero asi lo
quiere la leyenda. Lo que sí sé, de buena fuente, es que, en cuanto las
autoridades de Cadiz bajaron la guardia, el muchacho escapó del convento donde
lo habían recluido y, como una Alfonsina cantabra, volvió a sumergirse en mar,
sin que nunca mas nadie volviera saber nada de él.
Estabamos en el Obregón,
decantando unos finos y rechupeteando unos helados musicos, cuando apareció un panadero ilustrado intentando
vendernos unas hogazas. Como rechazamos su oferta, me obligó a dejar constancia de ello en el dibujo. Además se vengó dándonos una
profusa charla sobre el renacimiento italiano, la cúpula de Bruneleschi,
el baptisterio de Giotto, los últimos días de Leonardo en Amboise… una chapa
del tamaño del Duomo de Florencia. El panadero era tan pedante como
yo, pero mas erudito.
Le pregunté por el arzobispo Bizarrón, que daba
nombre a la calle de enfrente y había suscitado mi curiosidad. Pero en ese momento, pasaba uno de esos aviones
panzudos de la vecina base naval americana de Rota, que tanto ruido hacen, y no pude escuchar su respuesta.
Acaso me dijo que Bizarrón
fue un político y religioso nacido en el Puerto de Santa Maria en 1658. Me
habrá explicado que llegó a ser
arzobispo de México y trigésimo octavo virrey de Nueva España, y que
tuvo un papel destacado en la Guerra de la Oreja de Jenkins. Seguro que si.
Como es
de ley, somos acogidos en el Hogar para Poetas Menesterosos de Villa Fresita, en el Puerto de Santa Maria. Nuestros
anfitriones, Natxo y Menchu, rigurosos investigadores de los mas tortuosos
rincones de la psique humana y de los mas suculentos de la gastronomía local. Nos conducen a una muy antigua bodega del Puerto, cerquita del mercado de abastos. Se llama
Obregón, como la ilustre bióloga, y preparan un exquisito pollo al Pedro Ximenez. Y hay mosto!, segun anuncia a bombo y platillo un cartel en la fachada, aunque eso a nosotros no nos afecta.

Cadiz es la
ciudad mas antigua de occidente, y el barrio de El Pópulo, el más antiguo de
Cádiz. Situado a la entrada del casco histórico, entre el Ayuntamiento y la
Catedral, el actual barrio del Pópulo comprende el recinto reconstruido y amurallado
sobre el núcleo árabe anterior. El latido de la Historia retumba en estas
callejuelas como un clamor ancestral, y en su piedras ostioneras se mezclan
vestigios de escrituras fenicias, púnicas, romanas y árabes.
Uno de los
rincones del Populo con mas embrujo es el llamado Callejón del Duende. Dicen algunos que el nombre proviene del
trapicheo y el contrabando que llevaba a cabo en este callejón un pirata
conocido como el "Duende". Otros señalan que las prostitutas
escapaban por ahí del recinto amurallado, cuando la guardia organizaba una
redada por los lupanares.
Pero
la leyenda mas castiza, que ha pasado de generación a generación, nos cuenta que
en tiempos napoleónicos, cuando los franceses intentaban invadir Cádiz, un
capitán gabacho, se enamoró perdidamente de una hermosa piconera. Su gracia
gaditana y su naturaleza guerrillera, se resistían al cortejo del invasor, pero
finalmente sucumbió a la apostura del Capitán francés y a su remilgado acento.
La
piconera ya tenía un novio que le daba bota de pez y salchichón alpujarreño, pero ella, que era en el fondo
un poco snob, acabó decantándose por el fuet alsaciano y el vino bordelés. El entorno no era nada francófilo, asi que
debían consumar su amor a escondidas y a oscuras. En el estrecho callejón encontraron un rincón
sórdido aunque adecuado para dar rienda
suelta a este secreto romance.
Una
fatídica noche fueron sorprendidos y señalados por fulminantes dedos
acusadores. Ambos fueron condenados a
muerte por traición.
Pero
la pasión gaditana y la adicción gala al cortejo parecen ser mas fuertes que la
muerte. Ya que segíun cuentan los vecinos del Pópulo, algunas noches se pueden ver las sombras de estos dos enamorados que, dos
siglos más tarde vuelven para reencontrarse en el callejón de sus enscarceos, y
a revivar la llama de la pasión que un día sintieron.
En
memoria de esta pareja de enamorados transpirinaicos, los vecinos adornan con
velas el callejón la noche de los difuntos.
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.