viernes, 5 de diciembre de 2014

Puente de la Pepa y niño pez




Ahora que se acerca el puente de la Constitución me acuerdo del puente de la Constitución. Del otro. El puente de la Constitución de 1812, la Pepa. Esa gigantesca infraestructura que pretende atravesar la bahía de Cadiz, pero que se ha quedado en un mastodóntico monumento inconcluso. Ese agujero sin fondo, que ya  ha consumido casi 500 millones de inversión publica. La obra más costosa que ejecuta en la actualidad el Ministerio de Fomento
Me asomo a la playa de Fuente Bravia, y a lo lejos puedo distinguir el esqueleto del puente, surgiendo de las aguas como un Godzila de acero y cemento, devorando fondos presupuestarios.

No se porque extraña asociación, me viene de pronto a la cabeza la historia del Niño pez de Lierganes, una criatura que quedó atrapada entre las redes de un pesquero en las aguas de esta bahía gaditana, hará unos cien años atrás, tal vez doscientos. (asi de documentada tengo la historia). Tenía el cuerpo cubierto de escamas y creo que su respiración era branquial. Se mostraba asustado y era incapaz de hablar. Despues de varios días sometido a continuas preguntas, acertó a pronunciar una palabra: Lierganes.
Puestos en contacto con el párroco de la localidad cántabra, este reconoció a un muchacho del pueblo que se sentía en el agua como pez en el mismo medio. Habia marchado el zagal a Portugalete para trabajar de aprendiz de carpintero, y un dia bañándose en la ria del Nervión, despareció y todos le dieron por ahogado. Habian pasado desde entonces cinco años. O diez.

¿Pudo haber pasado todo ese tiempo en el mar a la deriva? Pues qué sé yo, pero asi lo quiere la leyenda. Lo que sí sé, de buena fuente, es que, en cuanto las autoridades de Cadiz bajaron la guardia, el muchacho escapó del convento donde lo habían recluido y, como una Alfonsina cantabra, volvió a sumergirse en mar, sin que nunca mas nadie volviera saber nada de él.


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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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