jueves, 21 de enero de 2016

Frangokastello


 

Frangokastello es un pequeño pueblo con algunas tabernas dispersas, situado al sureste de la prefectura de Chania y a 12 km de Sfakia.
Junto a la hermosa playa de Frangokastello se levanta  un antiguo castillo de forma rectangular, tosco y desafiante. Fue construido por los venecianos en el año 1374 para defenderse de los piratas y controlar a los rebeldes Sfakiotas, que se consideran los mas cretenses de todo Creta. Su construcción enfureció a los montaraces lugareños, que noche tras noche destruían lo construido por la mañana.
El nombre del castillo tampoco agradó de los Sfakiotas quienes se negaban a utilizar el nombre impuesto por los venecianos “el castillo de San Nikitas”, llamándolo despectivamente “el Frangokastello”, palabra derivada de “el castillo de los francos o castillo de los católicos extranjeros”.
Esta fortificación ha sufrido numerosas batallas. La más sangrienta fue tambien la mas emblemática para los cretenses. Ocurrióe el 17 de mayo de 1828 entre la resistencia cretense y el ejército Otomano. El independentista Hadzi Michalis se refugió en Frangokastello con unos 300 seguidores. Durante una semana resistió el asedio de 8000 turcos al mando de Mustafá Naiili Pachá. Finalmente cayó la fortale3za y Michalis y los suyos fueron masacrados.
Sin embargo no murieron del todo, ya que, según cuenta la leyenda, los caídos en la batalla resucitan cada año, la noche del 17 de mayo, al alba antes de que salga el primer rayo de sol para continuar el combate. Durante  la 2ª Guerra Mundial, esta tropa fastasmal se apareció ante una guarnición de soldados alemanes que incluso llegaron a abrir fuego.
No sé si Iker Jimenez podría certificar esta aparición, pero es innegable que el lugar encierra un cierto ambiente extraño y fantasmal, que se acentúa al caer la noche cuando se encienden  las luces del castillo y suinterior queda despoblado.

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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