domingo, 10 de enero de 2016

Rethymo


 

La ciudad de Rethymno ( también conocida como Retimnon o Rethymnon, que con la grafía griega parece que todo está permitido), se encuentra en el centro de Creta. Es la tercera ciudad más grande de la isla de Creta, y nos ofrece  hermosos vestigios medievales venecianos y turcos.
Rethymno ocupa en enclave privilegiado, en una amplia y poco profunda bahía y  además cuenta con una bonita playa justo en el centro del pueblo.
Sobre un cabo se levanta la fortaleza veneciana, el Paleokastro (‘Castillo Viejo’). una de las mayores construcciones de su clase. Fue levantada en 1573, con cuatro bastiones y tres puertas. Dentro de sus murallas se encuentra la mezquita Ibrahim Han, que originalmente era la catedral veneciana.
A pesar de su aspecto sólido e inexpuganble, a lo largo de la Historia la fortaleza  ha sido asediada y asaltada por todo chichibirichi. Los venecianos, los turcos, los egipcios, los rusos. Todo el que pasaba por ahí, invadía la ciudad, incluso el célebre pirata Barbarroja.
Un corsario calabrés, Giovanni Dionigi Galeni, tomó la fortaleza en 1571. Giovanni fue capturado por los piratas cuando era niño, y obligado a convertirse en esclavo de galera. De mayorcito, se unió a los corsarios y se convirtió al Islam. Giovanni fue conocido por muchos nombres, pues sus villanías aterrorizaron al Mediterráneo. Su crueldad y violencia le hiceron tan famoso que incluso aparece en El Quijote, de Cervantes, bajo el nombre de ‘Uchalí’.

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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