miércoles, 15 de junio de 2016

San Calixto


 
Los días calurosos en Roma la sed aprieta. Con muy buen criterio, han llenado las calles de fuentes de agua fresca, que te vienen al pelo para echar un trago en cada esquina. Estas fuentes son conocidas como nassones (narizotas), e incorporan un sistema tan antiguo como eficaz. La fuente consta simplemente de un caño torcido hacia abajo, pero beber asi te exige agacharte bastante, asi  que le incorporan un pequeño orificio en el angulo. De esta forma, tapas con el dedo el final del caño y milgrosamente el agua sale hacia arriba por el pequeño agujero y puedes beber sin necesidad de depatarrarte por el suelo.

Ahora bien, es de común conocimiento que no solo de agua vive el hombre y que de vez en cuanto necesita meterse en el cuerpo una pinta de cerveza. Las nacionales Moretti o Peroni son rubias y ligeras, bastante ricas. Pero  aquí es donde surge el problema: son bastante caras. Y las de importación aun mas. Te pueden cobrar cinco o seis euros por un quinto en cualquier chamizo. Pues como todo problema, este también tiene su solución: Hay que ir al Bar san Calixto, en el Trastevere, que te cobran el botellín a euro y medio, las mas baratas que yo he encontrado en todo  Roma. Pides en la barra y luego vas a la caja registradora donde un octogenario refunfuñon, que se resiste a integrar las clases pasivas, te cobra la consumición.
Tambien tienen buenos helados.

1 comentario:

Jose Felix Morales dijo...

Contra la sed romana dale a la cerveza toda la mañana.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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