martes, 17 de junio de 2008

Tiberio Jovis

"Expeculabundus ex alitsima rupe"

Asi recuerda Suetonio al primer turista que se instaló en Capri, el emperadror Tiberio. Observando desde la altisima roca las señales que le enviaban desde el continente, dandole cuenta de lo que ocurria en Roma, aunque para entonces Tiberio ya se habia desentendido bastante de los asuntos de estado.

Tiberio se retiró definitivamente a esta hermosa isla, donde era el dueño de una docena de villas y palacios, siendo la mas conocida la Tiberio Jovis. Alli dio rienda suelta a todos sus vicios hasta entonces más o menos controlados y ocultos, organizando bacanales de sexo y sangre. Acompñado de una escandalosa corte, el emperador ensayaba en aquellas desenfrenadas orgías todas las sevicias de las que su imaginación era capaz con niños, y jóvenes de ambos sexos.

Para excitarse él y sus mancebos, tenía una apropiada biblioteca especialmente dirigida a la excitación de los sentidos, con obras de Elefántide de Mileto, Hermógenes de Tarsia o Filene. A precio de oro compró una obra de un celebre artista llamado Parrasio que representaba con todo detalle una felación de Atalanta a Meleagro.

Resentido con el mundo, tenía un carácter cínico amargado y un humor cruel en extremo. Suetonio
narra una anécdota según la cual, Tiberio se asustó cuando se topó con un pescador de Capri que había escalado el acantilado para ofrecerle su mejor captura. Le hizo restregar la cara con su pescado. En medio del suplicio, el pescador (que debía tener un humor similar al de Tiberio) se felicitó de no haberle regalado una enorme langosta que había cogido. Tiberio apreció la broma y mandó traer la langosta para que le frotasen también con ella la cara.

Murio Tiberio en Capri a los 78 años, posiblemente envenenado por su sobrino, el bondadoso Caligula. Para entonces el pueblo ya clamaba por las calles de Roma “Tiberio al Tiber!”



6 comentarios:

gus aneu2 dijo...

Me recuerda a la historia del gitano que le pillaba la pareja de la guardia civil tras haber robado un saco de aceitunas y se consolaba pensando en su compadre que lo había hecho de melones, la parte central del cuento seguro que saldría en alguno de esos libros que gustaba de leer el pérfido Tiberio.
¿no nos pones una canción?

Anónimo dijo...

Nunca mais pescaré una langosta.

Un abrazo

EL AVENTURERO dijo...

un abrazo, judax

gus, es que no se me ocurria nque musica poner. alguna sugerencia?

Martine dijo...

¡Desde luego eres hombre de palabra "Aventurier"!
Tiberio y Capri.... no sé si es este Emperador que tenía tambien una piscina muy especial con "pececitos" muy especiales también... Suetonio forma parte de los autores cuyos libros, éste en concreto , me prohibió la lectura mi Padre, y como te puedes imaginar me lancé a por ello en cuanto me fué posible, y sinceramente no me defraudó...
Gracias por tu espléndida Entrada, como todas...

Un bisou "Aventurier".

gus aneu2 dijo...

Ya sé que es muy obvio, pero con el nuevo porincipe de astuirias mira que cosas salen:
http://www.musica-romana.de/
http://www.ancestral.co.uk/romanmusic.htm
Viendo las fotos da como no sé qué pensar en bacanales.

EL AVENTURERO dijo...

EFECTIVAMENTE SEILA, TIBERIO LLAMABA PACECILLOS A LOS MANCEBOS QUE SE LLEBAVA A NADAR A LA GRUTA AZUL

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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