lunes, 15 de septiembre de 2008

¡Por allí resoplaaaa!


Permitidme ahora que os refiera un suceso escalofriante cuya esencia ya os adelantaba en la entrada anterior.

Eran las horas del mediodía, cuando el sol implacable acorta las sombras de los mástiles. El barco permanecía inmóvil en mitad del océano. Ni un leve soplo de viento acunaba sus velas.

El escorbuto aun no se habia ensañado con la tripulación, pero los hombres ya acusaban el hambre y la fatiga . Insólita aflicción, si hemos en cuenta que apenas había trascurrido un par de horas desde que zarpamos del puerto de Funchal. Tan solo un hombre permanecía erguido en la proa: el aventurero. Un hombre que se había ganado el derecho a llevar pendiente en la oreja izquierda y a orinar a barlovento, como todos los que han doblado el cabo de Nueva Esperanza en medio de gran tempestad.


Vigía inquebrantable, mantenía la mirada fija en el horizonte, oteando cada destello en las aguas, cada remolino en la espuma. Por fin lanzó la alerta que todos esperaban “¡Por allí resoplaaaa!”.

Y en efecto, como una fina llovizna llegaba desde lo lejos el rastro del surtidor de la ballena, produciendo un frescor inesperado. Sumidos en el paroxismo, viramos a estribor hasta colocarnos a corta distancia del gigante. Alli pudimos contemplarlo en todo su esplendor, tan grande como una isla pequeña. Su lomo levantaba enormes olas y su cola al batir contra el agua producía un tifón.

Al poco desapareció la bestia sumergiéndose en los insondables abismos, hacia las puertas mismas del infierno. Cuando ya desistíamos de su persecución, emergió de nuevo en un gran salto que hizo enmudecer a todo la tripulación.

Tras esta demostración de poder, la ballena siguió su rumbo y nosotros regresamos a puerto, pues en verdad no nos movía el ánimo de lucro, ni anidaba en nuestros corazones la sed de venganza, sino el sincero afecto hacia el cetáceo portentoso y el mutuo respeto.


6 comentarios:

Wendy Pan dijo...

Oh, tú, gran privilegiado!
Que has podido obsevar en la cercanía la danza de las hadas del mar. Era rorcual, era franca, era yubarta la resoplante?

EL AVENTURERO dijo...

era jorobada, no te joroba, y media alrededor de 20 metros

Muskilda dijo...

Los que conocemos los usos y costumbres del aventurero sabemos que, a las horas del avistamiento, nuestro avezado protagonista se dedica a la única actividad que no perdona en ninguno de los lugares exóticos que visita, ni en su propia casa (o las de sus parientes, amigos...) LA SIESTA. ¿Es posible que el aventurero soñase su aventura mientras estaba en los brazos de Morfeo? ¿Se quedó el susodicho sopa total leyendo Moby Dick? ¿Para cuándo un "Manual de la siesta, cómo, dónde y por qué?

Wendy Pan dijo...

Lo que yo decía, Yubarta, jorobada, corcobada, humpback, hump-backed whale, vamos de las Megapetra novaeangliae de toda la vida.
Aunque de la misma familia de los rorcuales, de la especie Balaenoptera, por lo que podrían considerarse primas lejanas jejeje

EL AVENTURERO dijo...

ya veo que eres una gran conocedora de los cetaceos, wendy

sin embargo muskilda parece una gran conocedora de mis habitos, ya que en efecto saoy gran aficionado a la siesta y aveces no distingo el sueño y la vigilia

Wendy Pan dijo...

Vigilia, o Vigilius officinalis...














... es broooooma jajajaja

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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