lunes, 19 de enero de 2009

El pipila

Los insurrectos intentaban asaltar la alhóndiga de Granaditas, donde se habian refugiado las fuerzas españolas, pero no podían penetrar en el recinto ya que era una verdadera fortaleza resguardada por altos muros y una puerta de madera con un grosor de 20 cm.


En el momento álgido de la batalla, pasaba por el lugar rumbo a su trabajo el minero Jesús de los Reyes Martínez, al que decían "El Pípila". Dispuesto a echar una mano a sus compatriotas rebeldes, el pípila se colocó una gran losa de piedra sobre la espalda para protegerse de los disparos y se arrastró hasta la entrada de la alhóndiga, portando en una mano una antorcha y brea en la otra. Untó la brea en la puerta y le prendió fuego. Al debilitarse la madera por el fuego los insurgentes pudieron entrar al recinto y pasar por las armas a todos los realistas, llevando a la práctica la teórica condena a los gachupines.

Al año siguiente,1811, sofocada la rebelión, los líderes insurgentes fueron prendidos y ejecutados. Como escarmiento para quienes se rebelaran ante las fuerzas españolas, las cabezas de los héroes patrios Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, y Mariano Jiménez fueron colgadas en cada una de las esquinas de la Alhóndiga, donde permanecieron durante nueve años.


3 comentarios:

Wendy Pan dijo...

Entre las "albóndigas" y el "Pilila", creo que voy a tener que hacermelo mirar (que traducción-literal-mallorquina más horrenda xD).
En mi descargo diré que toy malita catarrilmente y si leo se me rejuntan las letras.
Ah, por cierto, el sabado noche vi "El ÁLamo" y no se porque macordé de tí jejeje

Besotes Venturero

gus aneu2 dijo...

¿1911?
Aupa aventurero, un beso wendy.

EL AVENTURERO dijo...

Seguaramente me encontraste algun parecido con david crocket, wendy. ¿o era daniel boon? en cualquier caso que te mejores.

Tienes razon, gus, era 1811. Lo corrijo

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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