jueves, 26 de noviembre de 2009

Chinatown


En el dibujo la tienda mas antigua de Chinatown, Quong Yuen Shing & Co. Además de ultramarinos también servia de oficina de correos, prestamista para los emigrantes asiáticos y lugar de encuentro.

Muy cerca se reunían los Tongs, una especie de sociedades secretas dedicadas, en principio, a proteger los intereses de sus miembros, aunque en realidad manejaban todas las actividades delictivas del barrio. En 1870 ya controlaban la prostitución, el juego, la usura y los fumaderos de opio.

En 1924 la Guerra de los Tongs asoló Chinatown, con el enfrentamiento entre los Hip Sing y los On Leong que se disputaban el control de las calles. Durante cinco años abundante hemoglobina fluyó hacia las alcantarillas del bajo Manhattan

Actualmente los Tongs son asociaciones culturales y sociales que proporcionan auxilio a los recién llegados y los días festivos organizan larguísimas sesiones de estridente ópera china.


9 comentarios:

Wendy Pan dijo...

Pues a mi me encantaría ver una representación de estridente ópera china, con tradición milenaria ;D

Y pasearme por esa tienda, debe rezumar historia (aunque esta vez no sea "tan" milenaria).

Muskilda dijo...

Si, claro, y la Camorra napolitana se encarga de que se adopte a los perritos abandonados... Por todos los dioses del Olimpo, aventurero, a ver si espabilamos.

cosmopolitana dijo...

Wendy Pan, no , no te gustaría, créeme.

EL AVENTURERO dijo...

pues la tienda esta tal cual era
han mantenido la decoracion el mostrador y tal, pero la mercancia que venden es de todo a cien

muskilda, la camorra napolitana es muy buenay hace una gran labor adoptando perritos en little italy.
Luego se los llevan a sus vecinos de chinatown para que se los coman

Wendy Pan dijo...

Cosmopolitana querida, eso tú no lo sabes.
Aventurero adorado, temo que la mardita globalización ha aterrizado hasta en las tiendas chinas de tradición milenaria :'(

Judax dijo...

Yo no me fío ni de la Camorra ni de los Tongs ... ni de muchas sociedades culturales

gus aneu2 dijo...

pues yo de mayor quiero ser miembro de una sociedad gastronómica

cosmopolitana dijo...

Igual el Fugitivo se puede kurrar traer una ópera china al Social Antzokia.

gus aneu2 dijo...

mejor una opera muda, que con las cosas del comer...

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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