jueves, 5 de noviembre de 2009

The Flatiron

El trazado transversal de Broadway deja curiosos edificos en las esquinas, al cruzarse con las avenidas. Uno de los mas emblemáticos es el Flatiron, en el cruce con la calle 23 y la 5 avenida, que surge como una afilada proa de barco, apuntando hacia Times Square.

Su verdadero nombre es el Edificio Fuller, pero todos lo conocen como el Flatiron, por su parecido con una plancha. Construido en 1903 por el arquitecto Daniel Burnham, de la escuela de Chicago, alcanza los 87 metros de altura y su fachada sigue las proporciones de las columnas griegas clásicas. Un siglo después de su construcción, el Flatiron sigue siendo un hito arquitectonico.

La forma aerodinámica del edificio tuvo tambien un efecto perverso: cambió el curso de los vientos en la zona produciendo un efecto chimenea. A menudo la policía tenia que expulsar a los mirones que se apostaban en la calle 23, porque el viento levantaba las faldas de las mujeres que pasaban y dejaba al descubierto, en toda su plenitud, sus excitantes tobillos. Con el tiempo se extenderia el término “hacer la 23” para denominar a las practicas de voyeurismo.

Yo mismo fui varias veces desalojado de la zona por las fuerzas del orden. “Tu, flatirón, vete a hacer la 23 en otra parte” me decian. Hasta que descubrí la Semana de la moda.


9 comentarios:

EL AVENTURERO dijo...

no sé porque, pero se me ha ido toda la columna de la derecha abajo del todo.
alguien sabe como arreglarlo?

cosmopolitana dijo...

Tienes unos alicates?

gus aneu2 dijo...

Diseño, por fín has caído en sus manos.

Muskilda dijo...

Mira, a Rajoy tambien se le está yendo la columna de la derecha abajo del todo. ¿No te hace ilu?

EL AVENTURERO dijo...

os veo muy graciosos

Licenciado dijo...

Se te ha Durrutido la column!!

Judax dijo...

Es lo que tienen las columnas, tarde o temprano acaban cayendo

cosmopolitana dijo...

Pídele consejo técnico al Fugitivo que a Rompetechos se le da muy bien lo de bajar cosas que se supone tienen que estar parriba. Se enfadará por éste comentario? Si se enoja lo quitas Aventurero.

Judax dijo...

Me ha tocado ser el visitante 79597. Vuelvo a los capicúas palindrómicos.

Oye, la columna no se ha caído, se ha salido de su sitio, eso es que has tocado el diseño del blog y algo no lo has hecho correctamente. No tiene buena pinta el arreglo

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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