La mejor época para visitar Little Italy es mediados de septiembre, cuando se celebran las fiestas de San Gennaro, el santo napolitano que licua su sangre cada año. Es una celebración popular y verbenera, muy del gusto del aventurero. Sacan al santo en procesión, y los parroquianos recubren su manto con piadosos dólares. En los puestos de comida brillan las manzanas de caramelo junto a montañas de salchichas del grosor de un brazo. El olor de la fritanga embriaga todos los sentidos.
Entre las casetas de tiro de temática variada, destaca esa en la que cuando se acierta a una diana, se acciona un mecanismo que hace caer a un payaso en un tanque de agua gélida.
Y las atracciones de feria son de traca. Había incluso un carromato en el que se exhibia a la Niña-cocodrilo, burdo hibrido de humano y lagarto, que aguantaba con estoicismo las preguntas de los borrachos.
En fin, como una fiesta de pueblo de los años sesenta pero en el centro de Nueva York.
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.
"En mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo..."
"En mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo..." comenzaba sus alocuciones el capitán Tan, sea cual fuera el tema de conversación. Inmediatamente sus interlocutores (especialmente el tío Aquiles, inolvidable Miguel armario) dejaban de prestarle atención, sabedores del escaso interés de sus anécdotas.
¿Tendré acaso yo mejor acogida con mis sucedidos? ¿quien soy yo para compararme con el legendario capitán, pionero de los grandes exploradores?
11 comentarios:
¿Conocen a Genaro en Nueva York? Qué fuerte tío, es super fuerte. ¿No te parece fuerte?
Parece fuerte pero no lo es tanto.
El que festejan en NYC es GENNARO
No lo confundas con GENARO, el sabio de Villaro
peina ovejas?
¿Y sigue acompañando al santo la banda de Red Mike, la más genuina de toda la isla?
La última vez que estuve había una tuna, creo que estaban de viaje de estudios de la universidad de Salamanca. Os lo juro!
Robert de Niro descubrió a Pesci cuando trabajaba en un restaurante de maitre'd.
..pena de no acabar con los tunos a manos de la Cosa Nostra
Aventurero, y la música para esta entrada, qué?
no se oye? habia puesto una tarantela
lo de la musica me da mucha guerra
de hecho yo no puedo verla una vez que está puesta
No cariño, dice: Playlist not loaded. Con lo que me gustan las tarantelas!
Esto ya es otra cosa! Gracias Aventurero!
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