martes, 8 de diciembre de 2009

sobakoh


Debo matizar que lo manifestado en el post anterior tiene excepciones. No todos los establecimientos hosteleros tienen algún latino en su plantilla. Por ejemplo, en el restaurante japonés Sobakoh no creo que trabajara ninguno, porque en tal caso le hubiera explicado al propietario lo poco atractivo que resulta su nombre comercial para la clientela hispanohablante.

Por lo demas, preparaban una tempura exquisita.


12 comentarios:

cosmopolitana dijo...

Ha, ha, ha, Aventurero, me rio simpre contigo. Pero seguro que hay algún latino pelando las gambas o lavando los platos en la cocina.

Judax dijo...

Me ha picado el Sobakoh (jeje je) asi que me he decidido a visitar su cocina para comprobar si había latinos. Interesante y terapeútica la visita en Youtube, de hecho ya no me pica.

cosmopolitana dijo...

Que ya te digo yo que el alforfón lo prepara un latino y por eso no se le ve la cara en el video, para que no se enterén los del INS. Voy a entrar en la rifa ver si me toca una botella de sake. Gracias Judax!

Wendy Pan dijo...

Oooh, mencantan la comida japonesa, no entiendo porqué la gente tiene tanto repelús al respecto. Obviamente no saben lo que se pierden...

cosmopolitana dijo...

Coincido con Wendy Pan. Has comido alguna vez carne Kobe? Manjar de diosas...

cosmopolitana dijo...

Aventurero! Te han choraóo un dibujo! Tu arte no está protegido bajo la ley del copyright?

EL AVENTURERO dijo...

no me digas!
quien me ha chorao un dibu?

por cierto, creo que hoy sí que dan el capítulo de pluton que tanto se esta haciendo de rogar

cosmopolitana dijo...

Pues quien va a ser...

EL AVENTURERO dijo...

mi archienemigo, el Fugitivo del amor!

http://elfugidelamor.blogspot.com/2009/12/exposicion.html

cosmopolitana dijo...

El Algarrobo! Se lo ha llevaó en la alforja. Pero no pasa nada, ha sido para un bien social.

gus aneu2 dijo...

Ese enlace al homenaje/fusilamiento del gran maestro

Judax dijo...

Por facilitar el enlace al fusilamiento

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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