miércoles, 20 de octubre de 2010

Columnas de San Marco y San Teodoro



Las Columnas que cierran la plaza de san Marcos junto al palacio del Dux, forman parte de los múltiples tesoros traídos de Constantinopla, fruto del saqueo que protagonizaron los venecianos de la IV Cruzada.

Sobre la Columna Oeste está la estatua de San Teodoro, patrono de la ciudad hasta el advenimiento de los restos de San Marcos en 828 d.C. La Columna Este representa al propio San Marcos, y se encuentra coronada por un león alado de bronce, símbolo del evangelista. Se cree que ésta es una pieza procedente de la China, a la que añadieron las alas en Venecia.

Al parecer, en un principio las columnas traidas de Constantinopla eran tres, pero una de ellas se partió al desembarcarla y se quedó para siempre en el fondo de la laguna. Las otras dos estuvieron largos años tumbadas en el muelle, porque nadie sabía como poner en pie esos enormes bloques de granito.

El problema fue resuelto por Nicoló Barattieri en 1172, el arquitecto que levantó el primer puente de Rialto, el que se hundió al paso de la vistosa Marquesa de Ferrara. Como compensación por la notable hazaña de la columnas le concedieron el monopolio del juego, que por aquel entonces estaba prohibido en Venecia, con la condición de que las mesas de juego se instalaran entre ambas columnas.

Ignoro cuanto tiempo estuvo la zona dedicada a salón recreativo, pero intuyo que declinó antes del siglo XVIII cuando se empezó a instalar allí el patíbulo, y el hedor de las cabezas decapitadas y expuestas durante tres días emponzoñaba la meliflua fragancia de la corte.


4 comentarios:

Snad dijo...

.y al parecer, la primera terapia para desengancharse del juego. Imagínate una testa colgando por encima de donde estás jugando, con la lengua fuera, ¿serían ya entonces dos pitos?

Alp dijo...

Como dice el refrán castellano "el que mira, calla y da tabaco". Al menos cumplían el 50 %. Por cierto aventurero, ¿para cuando un mús en mis posesiones?. El licenciado Arrieta me acaba de regalar una botella de brandy "Infante", una delicatesen que habrá que degustar en una timba en condiciones. Veo tus pares y envido dos más.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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