martes, 12 de octubre de 2010

Rialto


El Puente de Rialto se construyó en la segunda mitad del siglo XVI para sustituir uno de madera que se derrumbó en 1444 debido al peso de la multitud que se agolpaba para ver el paso de la nueva esposa del Marques de Ferrara, que digo que muchas serían sus virtudes para armar semejante revuelo.

Para sustituir el puente hundido se convocó un concurso en el que participaron los mejores arquitectos del momento, desde Miguel Ángel a Palladio. Pero los vencedores fueron Antonio da Ponte y su sobrino Antonio Contino, que presentaron un diseño sencillo y novedoso, un puente de un solo arco, sostenido sobre unos 12.000 pilares de madera. Sobre la estructura dos hileras de tiendas delimitados por tres pasajes peatonales.

La construcción no debió ser facil a juzgar por los bajorrelieves satíricos esculpidos en las inmediaciones, poniendo en duda que se pudiera mantener en pie un puente de piedra de esas características. Por ejemplo, ese friso en el que aparece un hombre con tres piernas cuyo significado resulta evidente para cualquier observador avezado: "El puente se sostendrá cuando las pollas tengan uñas".
A pesar de tanto escepticismo, muchos siglos y muchos peatones después, el puente se conserva intacto y esplendoroso.


Hasta 1854, momento en el que se levantó el Puente de la Academia, el Gran Canal solo se podía atravesar por el puente de Rialto. Posteriormente se construirían otros dos sobre el Gran Canal de Venecia, siendo el último el polémico puente diseñado por Santiago Calatrava. Su elevado coste y la duración de las obras no han despertado simpatías hacia el valenciano, pero es que ademas parece dudoso que las orillas del Gran Canal, apoyadas sobre pilares de madera, puedan soportar el gran peso del puente.


2 comentarios:

Alp dijo...

Hace un par de años, recuerdo que la funcionaria ciudadana Marina me envió el enlace de una revista de humor, parodia de las de decoración, con el siguiente certero titular de portada: "A todo río le llega su Calatrava". Un gran tipo el Calatrava este: puentes que se hunden, puentes que se rompen, puentes que deben continuarse para llegar a su destino, presupuestos que se doblan, ayuntamientos demandados por exceso de ego...y se le sigue contratando por todo el mundo, ahora creo que en Rio (qué casualidad) de Janeiro.
Al hilo de la entrada anterior, hace un par de años recuerdo haber entrado contigo a la librería que tiene Mondadori en Venecia, precisamente a comprar la por entonces única edición en italiano del libro que recomiendas, "Corto Sconto", que guardo en casa como una pequeña joyita.

Snad dijo...

Estaba pensando, mientras me duchaba, que igual Venecia pueda ser el lugar perfecto para esperar, quizás encaramado a este puente, una hecatombe crepuscular como la que los agoreros nos deparan para el 2012. En resumen, esperar el fin del mundo apoyado en la baranda, con un Bellini de esos que hablas que te ponen en el Harry’s, ese cigarro bien cargado y el calor haciendo de las suyas con el maquillaje a lo Bogarde ¿estás de acuerdo?.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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