viernes, 4 de mayo de 2012

Bram Stoker


Una tarde paseando por Dublín, cerca del Trinity, pasé por delante de esta casa. La fachad era  aparentemente anodina, pero inmdiatamente ejerció sobre mi mente enfermiza un poderoso influjo, mezcla de fascinación y repulsión, que me empujo a dibujarla. Pronto averigüe (al leer la placa que había en la puerta) que allí había vivido y creo que nacido Bram Stoker, el autor de Drácula.

No había puesto antes este dibujo, pero resulta que el pasado 20 de abril, hace apenas un par de semanas, se cumplieron cien años desde la muerte de este singular escritor de relatos terroríficos.

Murió de sífilis, en Londres, en una pensión de mal muyerte, nunca mejor dicho. En sus últimos minutos de vida no paraba de señalar a un rincón de la habitación mientras una y otra vez pronunciaba: "Strigoi", palabra que en rumano significa bruja o espíritu maligno y que él entendía también como "vampiro". Su muerte apenas tuvo eco en los medios de la época porque unos días antes se había hundido el Titanic, y la sociedad inglesa aun estaba impactada por la noticia del naufragio.

Bram Stoker se había casado en 1878 con Florence Balcombe, antigua novia de un viejo amigo suyo, nada menos que Oscar Wilde. El caso es que, tras la muerte de Stoker, su viuda fue la administradora de su legado literario.

En 1922, cuando se rodó Nosferatu, película evidentemente basada en el libro Drácula, y producida por la logia ocultista Fraternitas Saturni, la viuda de Stoker demandó a F. W. Murnau por plagio, y consiguió una sentencia favorable que ordenaba destruir todas las copias de la película. Afortunadamente alguien consiguió guardar una copia, salvando una de las mayores obras del cine mudo.

Por cierto, durante el rodaje se rumoreaba que el actor que interpreta a Nosferatu, Max Schreck, era un autentico vampiro, y que Murnau le dejaba que le chupara la sangre a la protagonista, una toxicómana contratada al efecto.
La supuesta falta de información sobre la vida del inquietante actor, unida a la leyenda negra surgida alrededor del rodaje, sirvió de base a La sombra del vampiro,  película que narra el rodaje de Nosferatu. William Dafoe fue nominado al Oscar por Mejor Actor de Reparto por su interpretación de Scherck.

 

2 comentarios:

Wendy Pan dijo...

Oooooh, Aaaaah! Chico, eres tan erudito que nunca se que comentarte jajajaja
Pero te leo, te leo, y a Bram Stoker, of course ;D

ILUNA dijo...

Añorado Uge, cuando te pregunté si te había gustado Dublin, rascándote la calva soltaste un indolente: pss, pss..

Me fotografíe con James con Oscar y hasta con un leprechaun; estuve en la cárcel, en el Trinity persiguiendo una gaviota...me bebí una cerveza pero no pude con el guiski del Seine. Ah mese olvidaba estuve con el Swift si ese que escribió los viajes de Gulliver y una de las frases.....de esas redondas....."cuando en el mundo..."

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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