viernes, 13 de septiembre de 2013

mayor o menor, Cizur



Podriamos seguir hablando de los sanfermines. Hablar por ejemplo de "Antioquío", un astado de la ganadería de Guardiola Fantoni, que la mañana del 13 de julio de 1980, corneó de muerte a dos corredores. Esa dudosa hazaña ya la había conseguido mucho antes un toro de Antonio Urquijo, de nombre "Semillero” que se llevó la vida de dos corredores en su carrera letal el 10 de julio de 1947. 

 Pero basta de juerga. No vamos a hablar mas de Pamplona ni de sus encierros. Porque todo lo que ocurre y va a ocurrir en la ciudad a nosotros, contritos pergrinos, nos es ajeno. Desde que entramos en el entramado urbano sentimos que nuestro reino no es de este mundo. Hemos venido a andar y todas estas distracciones cortesanas nos resultan mundanas. O estamos a setas o estamos a rolex. Tiempo habra de volver otro año a los sanfermines. 

 En realidad, nuestro paso por Iruña fue fugaz como un suspiro: Entramos por la parte vieja, rodeamos el parque de la Ciudadela, llegamos a la parte moderna por la Vuelta del Castillo y, antes de que pudieramos darnos cuenta, ya estabamos saliendo de la ciudad por la zona universitaria. En apenas unos minutos Pamplona sería ya solo un recuerdo en el polvo del camino. 

Y es que huyendo del ajetreo, ni siquiera cerramos la etapa en la capital Navarra. Seguimos la ruta hasta Cizur Menor, donde haremos noche en el albergue de Maribel Roncal, una institución en el Camino, que lo mismo cura las ampollas de los pies que te enseña la manera mas adecuada de anudarte las botas. El albergue esta situado en su imponente casona familiar y sus jardines con arboles centenarios son frescos y tranquilos como un oasis en el desierto.

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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