martes, 17 de septiembre de 2013

un par de apuntes sobre Cizur



¿Que mas debemos saber de Cizur antes de reiniciar la ruta? 

Que tiene un par de iglesias. La que aparece en el dibujo es la de San Miguel arcángel, que procedía de una encomienda de la Orden Militar y Hospitalaria de los caballeros de San Juan de Jerusalén de Rodas y de Malta. En 1135 Lope Enecones y su esposa Sancha Aznárez hicieron donación a la Orden de "...una eclesia qui vocitant Santi Michaelis in villa qui vocitant Sciçur Minor...", que dicho asi, en esa especie de latin, queda muy solemne. 

Hacia el año 1200 contaba con un Monasterio y Hospital de Peregrinos. Hoy solo queda en pie la iglesia, de nave unica, bóveda de cañón y portada románica. Y adosada, una torre militar con arcos apuntados en la base, fortificada con almenas y aspilleras para saetear al enemigo y a la visita inoportuna.

 Tambien podemos ver al fondo la parroquia de Cizur Menor, dedicada a la advocación de los santos Emeterio y Celedonio, hermanos posiblemente y posiblemente calagurritanos, que, según nos cuenta el martirologio, fueron decapitados en el siglo III en el rio riojano de Cidancos, y cuyas cabezas llegaron a bordo de una barca de piedra a la ciudad de Santander. Estas cabezas reposan actualmente en sendas urnas encefalomorficas en la catedral santanderina. 

 Y aunque no aparece en el dibujo, lo realmente imprescindible es la visita al asador El tremendo, que hace honor a su prometedor nombre con buenos platos a la brasa, y precios al alcance del pauperrimo bolsillo del peregrino.

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amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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