domingo, 17 de enero de 2016

Preveli


 Salio el sol con fogoso empeño y nos lanzamos a buscar aguas refrescantes. Fuimos a pasar el dia  a las playas del sur de Rethymno. Plakias, Preveli y Ligres. Estas tres playas van una seguida de la otra si miras el mapa, pero luego, sobre el escarpado terreno no es tan facil llegar a cada una.

La de mas difícil acceso, pero también la mas bonita es la playa de Preveli. Para llegar, hay que bajar cerca de 600 peldaños de piedra en una escalera que va bordeando el acantilado y desafiando al vértigo. Y eso no es todo: lo peor es que a la vuelta hay que trepar los 600 escalonazos. Agotador. (Aunque los listos pasan del coche y se trasladan en uno de los barcos que salen de cuando en vez desde Plakias y Agia Galini)

Ahora bien, hay que reconocer que lo que hay abajo merece la pena. El río Kourtaliotis o Megapotamos crea  un delta en esta singular playa, discurriendo en su último tramo  paralelo a la orilla del mar y  desembocando justo en un extremo de la playa de suave y fina arena. Un poco antes un oasis de palmeras, escolta las cristalinas aguas del rio color verde y Además de las magníficas palmeras, lo mejor es instalarse a la sombra en la  zona arbolada rodea la playa y el río, ya que no hay nadie que alquile sombrillas ni tumbonas ni nada, aunque sí que hay un chiringuito, por si uno necesita remojar el gaznate con una buena pinta de cerveza.

1 comentario:

Lisensiado dijo...

Recuerdo una excursion en Cuba, Tope de Collantes, o algo así, en la Sierra, al lado de Trinidad.Había que bajar por un cañojn hasta el fondo para ver una casacada. Para salir de allí había que desandar lo bajado, subiéndolo, por supuesto. Tu comentario al llegar abajo fué: "Cuando he llegado abajo, pensando en que había que subir lo bajado, esto me ha parecido una puta mierda..."

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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