lunes, 22 de octubre de 2007

efecto guggenhein



Como me estoy aficionando a las efemerides, recordemos que esta semana hemos celebrado, con grande pompa y boato, el decimo aniversario de la inaguración del flamante Guggenheim de Bilbao, el buque insignia de nuestra renacimiento cultural.
El Museo Guggenheim, que fue concebido como un centro internacional de arte moderno y contemporáneo, ha sido el gran protagonista de la reconversión de Bilbao y en cierto modo, el responsable de que aquel Bilbao postindustrial y prejubilado de los ochenta se esté convirtiendo en una ciudad de cartón piedra, con japoneses de high tech y palmeras tropicales, pintxos a 3 euros y merchandising de Mariscal .
Eso sí, el Guggenheim, es un edificio único en su género, una enorme escultura de titanio.
Bueno, ya no tan único porque su arquitecto, Frank Gehry, a la vista del exitoso resultado está haciendo por todo el mundo edificicios revestido de titanio, como el auditorio Disney en Los angeles. Sin embargo lo que las brumas de Bilbao convertía en suaves reflejos sobre el titanio, el sol californiano lo ha traducido en agresivos destellos que producen quemaduras de primer grado en la delicada y rosacea piel de los viandantes.






7 comentarios:

Jas dijo...

Sí, otra de las huellas que va dejando el Gehry ha sido ni más ni menos que una bodeguita en El Ciego, Alava (o esto es Rioja alavesa, o Rioja entera??...no sé), el Hotel-bodega-spa-museo-nosequemás Marqués de Riscal...que por cierto, aún tengo que visitar.

Hacen unos chatos de vino por allí Bajito??

Wendy Pan dijo...

sí, sí de titanio-color-rosa-vinillo...

a saber a cómo están los chatos en el super-spa-de-la-muerte ese.

En cualquier caso el de Bilbado es personal e intrasferible.

gus aneu2 dijo...

Querido aventurero,
es el siglo XXI el que está convirtiendo todos los centros históricos y lugares singulares en parques temáticos donde hacer caja por cada uno de los visitantes procedentes de japón o de jaén (que todas las monedas son buenas) y nos están dejando a los aturistas al margén de todo sitio o lugar (incluído el propio para aquellos que tuvieran la suerte de tenerlo)
En fin, es lo que nos toca.

Campanilla dijo...

Tengo ganas de volver a Bilbao para verlo mas tranquilamente. Hace tiempo, en un viaje circuito, lo visite, pero solo dio tiempo ver el Guggenheim, que me encanto, el Puente Colgante y las entradas de metro de Foster.

Éowyn dijo...

A mí me gusta el edificio porque es muy original y tal pero la verdad es que la exposición que vi hace un año dejaba mucho que desear por lo menos para mi gusto. Mi concepto de arte es distinto, pero vamos que sería casualidad que fui a parar al día de las obras que no hay quien entienda XD

Wendy Pan dijo...

Es verdura, no hay nada peor que ir a ver una exposicion y que esté sólo en "versión original", vamos que a estas alturas de siglo no tengan traductores en los musedos..., amos, amos

Anónimo dijo...

¿Marqués de Riscal o Mariscal?

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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