sábado, 13 de octubre de 2007

Purga templaria


Hoy se cumplen 700 años desde que el rey de Francia Felipe IV y el papa Clemente V, ordenaran la histórica redada en la que se deshicieron de los Templarios.

Los seudohistoriadores y los aventureros de pacotilla siempre hemos sentido cierta fascinación por la orden del temple. Asi que esta es una buena ocasión para abordar el tema y para ir alternado un poco otros temas con la serie egipcia, que ya empieza a oler.

Aprovechando el funeral de su cuñada que reunió aquel viernes 13 en París a nobles y caballeros, el rey mandó detener a centenares de templarios en toda Francia, entre ellos el Gran Maestre Jacques de Molay. Gracias al práctico método de la tortura confesaron todo y más. Condenado a muerte, el Gran Maestre envió una maldición desde la hoguera “antes de un año os reuniresis conmigo”, y oye, efectivamente en menos de un año el papa y el rey habían muerto

En una de las puertas de la muralla de Domme, la Porte de Tours, se conservan un grupo de misteriosas inscripciones con «la fecha y la firma del Temple», que puede ser considerado un testimonio directo del dictamen templario.

Parece ser que, tras el edicto papal para la persecución de la Orden, fueron recluidos desde 1307 a 1318 en este lugar 70 caballeros templarios, de noble espada y corazon tan puro como la nieve. Durante el cautiverio grabaron sobre las piedras un ultimo mensaje cifrado para la posteridad. Acaso entre estos muros se encuentre el misterio aun no resuelto del legado espiritual Orden, el secreto del templo de Salomón, hijo de David.

Entre las varias imágenes simbólicas se repite obsesivamente una inscripción, como un dedo acusador: «Destructor Templi Clemens V», aludiendo al fatídco Papa que dio la orden, para que tal infamia no cayera en el olvido

4 comentarios:

Wendy Pan dijo...

No si franchute tenía que ser !
Mira tu el jodío envidioso ese del Clemente, le estuvo bien empleado, espero que supurase sífilis hasta por las orejas, ja !!

...ej que los templarios siempre me han caido bien.
Por cierto tu Egipto huele a los óleos con los que ungían a las esclavas cuando eran llevadas a los aposentos del gran jefe-no-caca (ay no, que ese era indio).., ya me se entiende...
Bueno eso que nos encanta que nos ilustres de "lo que desees", como en la Princesa Prometida.
Besototes medievales

Mary Westmacott dijo...

Los templarios son los que supuestamente enterraron el Santo Grial?

Anónimo dijo...

miura qué! joder soy templario, pero te has metido con nosotros, con los de hornilllos, del camino, te has pasado , haz el camino. Aventurero, no me jodas que eres más listo.
gracias por los días que me haces pasar. He leído a garcilaso pero te leo por los dibujos. DE PUTA MADRE

gus aneu2 dijo...

Conocí a Tomás en el Camino, el último Templario, guerrero y hospitalario, que da cobijo durante todo el año a peregrinos, transeuntes y caminantes que pasan por Manjarín. Me comento que iba a ir a Barcelona a un congreso de templarios, me acordé del Pendulo de Foucault.
Bajito hospitalario, Juslibol

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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