lunes, 3 de marzo de 2008

William Spratling







"El verdadero color de la plata es el blanco, como el del maximo calor y el del maximo frio, es tambien el color del primer alimento que recibe el hombre y el color de la luz"


William Spratling


Volvamos a Taxco y observemos que hay un nombre que se repite por doquier: museo Spratling, calle Spratling, estatua de Spratling. ¿A que viene tanto Spratling?


Pues bien, tanta reiteración se debe al neoyorkino William Spratling, que revitalizó Taxco con la creación de la industria platera cuando la ciudad y el sector estaban en declive. Fue caricaturista, aviador, escritor, aventurero (como yo), horticultor, arqueólogo y un gran coleccionista de arte precolombino.

Spratling llegó a esta ciudad en 1929, como corresponsal de un rotativo norteamericano que quebró durante el viaje. No teniendo nada mejor que hacer, Don Guillermo se interesa por la artesanía local y queda fascinado por el trabajo de la plata. Enseguida forma su primer taller en la calle las Delicias con un grupo de plateros de Iguala.

Hacia 1953 fue distinguido como hijo predilecto de la ciudad. Introdujo nuevas técnicas y materiales, combinando la plata maciza de 980 con carey, palo de rosa, malaquita, jade azabache, y otros materiales nobles y mezclando diseños indígenas con formas de art decó. Dignificó el oficio de platero y promocionó la plata de Taxco internacionalmente.

Sus joyas, que todavia hoy se pueden encontrar en tiffany´s de NYC, fueron elegantemente lucidas por Paulette godard, Dolores del Rio, Frida Kahlo y entre sus amigos ademas de humildes campesinos locales se encontraba lo mejorcito de la elite intelectual de la época: William Faulkner, Diego Rivera, Jonh Houston, Sherwood Anderson, John Dos Passos, Siqueiros...


5 comentarios:

Wendy Pan dijo...

Como dirían por allá: Qué bueno!!

(... pero lo del carey no se lo puedo perdonar, nop).

Besotes Bajis

princess dijo...

Hey Aventurero, como estas?, a mi me encanta la plata, es uno de mis vicios para comprar y la que se hace en Taxco es muy famosa dentro de mi pais
Por cierto lo del pueblo con el nombre de Chente (Vicente Fox) no lo sabia, pero si querian que Fox invirtiera en ellos mejor hubieran nombrado el lugar como su esposa Martha Sagun, tal vez tendrian todos en sus casas toallas de 4mil pesos (como de 266 euros aprox)
un saludo un beso

Wendy Pan dijo...

Que conste que a mi la plata también mencanta...

...tengo un brazalete con una turquesa (que me pirran) pero la tengo guardadita porque de tanto ponermela y quitarmela me se rompió un engarce de la piedra aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaagh !!
Qué horrocito...

------ dijo...

Señor Aventurero,

inmerso en sus aventuras de cafetín y hoteles de lujo, tengo el viaje perfecto para usted en está Semana Santa y así sacudirse el polvo: visitar la ciudad perdida Aï Khanum en Afganistán (fundada en el siglo IV antes de Cristo por Alejandro Magno). Podrá obsequiarnos con autenticas aventuras y de paso ser uno de los pocos suprahumanos que han logrado poner sobre ella su vista. Además, sabiendo que gusta de ruinas. ¡Venga, no se arredre!

Según S. Pressfield, estudioso del tema, allí “todo es posible. Quitando los señores de la guerra, los contrabandistas, los traficantes de opio y armas, los asaltadores de caminos, los campos de minas, las bombas sin explotar y los brotes ocasionales de malaria, está situada en una de las zonas más tranquilas de Afganistán, apenas tocada por la insurgencia talibán.” Como ve, no queda resquicio para el ocio, la aventura está asegurada. Prepare alforjas y monte una expedición ya mismo. Esperaremos con denuedo sus crónicas y no nos importará si sus delicadas estampas salen un poco movidas. Denos adrenalina.

EL AVENTURERO dijo...

hola, a todos,

wendy, princess, besos sus mejillas

nom snad, viejo bribon, tendre en cuanta tus recomendaciones: la ciudad perdida Aï Khanum en Afganistán, parece un sitio agradable, aunque si esta tan perdida no se si la voy a encontrar

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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