viernes, 9 de mayo de 2008

minerve

Minerve está instalado en un islote, rodeado por profundos cañones excarvados de forma natural por los rios Cesse y Brian, que se juntan al final del pueblo.

En el siglo XIII, durante la Cruzada albigense, los escenarios más crudos de la resistencia cátara tuvieron lugar en esta pequeña población, donde se habían refugiado muchos de los cátaros de la región.

En 1210 Simon de Montfort inició la ofensiva contra Minerve, pero sus asombrosas defensas naturales hacian difícil el asalto. Durante siete semanas cuatro catapultas lanzaron toneladas de piedras contra los muros, hasta que cedió el pozo principal y empezaron a escasear las reservas de agua.

Minerve se rindió y más de 150 cátaros refugiados en la ciudad perecieron en una gigantesca hoguera, el 22 de julio de 1210, al no querer abjurar a su fe. Fue la primera gran hoguera colectiva de la Cruzada albigense.



4 comentarios:

Wendy Pan dijo...

Como mola la amenización musical que has puesto, pero mola mucho más cantarla. Yo he tenido la fortuna de cantar el REquiem de MOzart un par de veces, sip.
El de VErdi también es mu chulo, y como tienen la misma letra no hace falta estudiar tanto XDDDDD

Con la que voy a tener que hincar los codos es NORMA de Bellini, que la tenemos super-verde y empezamos los ensayos de escena el martes..., el lunes viene el director de orquesta QUÉ MIEDITOOOO !!

Besototes Aventurero, tú sigue escribiendome que estos están despistaos con tus viajes inesperados jejeje

gus aneu2 dijo...

Quantus tremor est futurus,
quando judex est venturus,
cuncta stricte discussurus !
.....
Quid sum miser tunc dicturus ?
Quem patronum rogaturus,
cum vix justus sit securus ?

Uf!, qué miedo.

Wendy Pan dijo...

Síiiiiiiiiiiii, y con la música de Mozart es pa cagalse!

Besote gordote Gusy

Anónimo dijo...

Parece que las hogueras siempre han atraído a los mandones. Incluso actualmente las encienden y arrojan a ellas a todos aquellos que no les complacen.

Un abrazo a los cátaros de ayer y hoy ... y un desafectuoso saludo a los pirómanos (JJ Losantos, G. Bush jr., y otros amantes de lo ígneo).

Es un asunto muy delicado
el de la pena capital,
porque además del condenado,
juega el gusto de cada cual.
Empalamiento, lapidamiento,
inmersión, crucifixión,
desuello, descuartizamiento,
todas son dignas de admiración.

Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.

Sé que han probado su eficacia
los carchutos del pelotón;
la guinda del tiro de gracia
es exclusiva del paredón.
La guillotina, por supuesto,
posee el chic de lo francés,
la cabeza que cae en el cesto,
ojos y lengua de través.

Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.

No tengo elogios suficientes
para la cámara de gas,
que para grandes contingentes
ha demostrado ser un as.
Ni negaré que el balanceo
de la horca un hallazgo es,
ni lo que se estira el reo
cuando lo lastran por los pies.

Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.

Sacudir con corriente alterna
reconozco que no está mal:
la silla eléctrica es moderna,
americana, funcional.
Y sé que iba de maravilla
nuestro castizo garrote vil
para ajustarle la golilla
al pescuezo más incivil.

Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.

Javier Krahe

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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