viernes, 30 de mayo de 2008

Patxiku

Llevo años estudiando euskera. No diré cuantos pero creo que en menos tiempo podria haber sacado cuatro carreras universitarias.

En todos estos años he sido incapaz de sacar un titulo de euskera, un titulo serio quiero decir, tipo EGA, y mira que lo he intentado. Ayer volvi a examinarme por enesima y quizas ultima vez.

Camino del examen puse la radio un rato y alli estaba Patxiku, hablando en euskera con insultante correccion. Todo se habría quedado en una sana envidia si no fuera porque Patxiku es un loro. No, no. No se trata de una figura metafórica.

Era un loro de verdad, que vive en un caserio de Ibarra y con un dominio de la lengua de Etxepare como para aprobar el examen al que yo me dirigia.
Si hubiera sido un mamifero no me habría resultado tan humillante, pero un pajaro…Cuando las aves demuestran que son mas listas que tu, tienes que empezar a pensar en retirarte.



4 comentarios:

M.R dijo...

JAJAJAJA!
que bonico el loro!!! (la madre que lo parió, loro cabr...)

gus aneu2 dijo...

Es que los loros son longevos por naturaleza y les da tiempo a aprender y perfeccionar muchas lenguas,

Anónimo dijo...

virgilio no seas enfermedad viva: es necesario saber hacia donde hay que apuntar. calmar con hieraticas ilecebras tus ansias incontroladas por tener blason no tiene caso, la proxima vez, metele 1 toscaso al loro hablador.

iconoclasta y patibulario daniel sandia: si estas al pairo por esta entrada rayada, con fervor religioso digo que para que sucedan cosas de pasmo en el mundo, hay que prender la radio.

Anónimo dijo...

No estoy seguro de que los loros sean pájaros. Hay tribus que los consideran espíritus en tránsito.

Ese puto loro ... ¿será Iparragirre en tránsito?

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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