lunes, 13 de octubre de 2008

Ojo Guareña


El paraje kárstico de Ojo Guareña tiene unos 100 kilómetros de galerías. Los ríos Guareña y Trema han labrado en el interior de la montaña caliza una interminable sucesión de cuevas, lagos, simas y ríos interiores, aunque solo se puede visitar una pequeña parte.

En el interior de estas cuevas , se han localizado restos de asentamientos de distintas épocas, entre ellos algunos prehistóricos como la huella de un hombre de Cromagnon.

Este laberinto rupestre situado en la merindad de Sotoscueva tiene numerosos accesos por todo el valle: Cueva Palomera, resurgencia de Torcón, sima de Dolencias... pero la la entrada mas impresionante es la ermita rupestre de San Bernabé enteramente excavada en la roca. A pesar de la advocación del templo a San Bernabé, en el interior el gran protagonista es San Tirso. Deliciosas pinturas repartidas por las paredes de la gruta recogen las escenas de los suplicios a los que fue sometido . Hay que ver las perrerias que le hicieron a este hombre y siempre salía indemne.

7 comentarios:

Wendy Pan dijo...

Fiuuu, menos mal que era Santo, pues. Sino mal negocio sobrellevar tanta torturilla en el cuerpo.
Y para compensar: qué gonitooo!!
Esta mi isla es toa karstica, bueno casi toa, sobre todo el subsuelo, tenemos cuevillas por doquier :D

Anónimo dijo...

¿Es la única ermita excavada en la roca en la peninsula? Esta no la tenía localizada.

epelde y mardaras dijo...

No sé si es la única ermita excavada, pero es y está en un paraje muy peculiar. Parece un escenario de cartón piedra. En su proximidad un pequeño río desaparece entre rocas para transitar por el complejo de cuevas de Ojo Guareña.

Anónimo dijo...

Yo, al menos conozco otra, en un pueblo de Palencia que se llama Olleros de Pisuerga. Si se teclea al nombre del pueblo en Google aprecen varias reseñas sobre la iglesia rupestre, incluso imágenes, aunque mi recuerdo (de cuando aún tenía pelo) es que no tenía un gran interés arquitectónico (y no quiero ponerme estupendo).
Para Wendy: sin embargo, en tu isla tengo el recuerdo de las antiguas canteras de piedra de marés (¿lo escribo bien?) que visité en cierta ocasión (ya con menos pelo), donde se creaban espacios bellísimos del tamaño de naves de catedral, que los lugareños usaban como discotecas ocasionales.
Hablando de (poco) pelo: ¿dónde te metes ultimamente, aventurista?

EL AVENTURERO dijo...

la uniquisima, mMskilda

Wendy, que en tu isla teneis tambien cuevas impresionantes. ahora me viene a la cabeza la escenA del verdugo en la que van a buscar a Nino Manfredi a las cuevas del Drach

Epelde y mardaras, que bueno verles por aqui y que suerte empezar a recibir visitas de galeristas

alp, por aqui y por alli, ya sabes, el aventurero debe estar en continuo movimiento para no asfixiarse, como los tiburones

Anónimo dijo...

Por cierto, yo tambien he estado en las canteras de Marés, y me alucinaron un montón. Además, que yo recuerde, no había turistas (excepto yo y las personas que me acompañaban, claro).
Mas centros de culto excavados en la roca: San Juan de la Peña, en Huesca, y San Saturio, en Soria.

gus aneu2 dijo...

Tomo nota, tomo nota !

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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