martes, 1 de diciembre de 2009

tennements


Desde el siglo XIX, el Lower East Side era el primer sitio donde se asentaban las grandes oleadas de los inmigrantes llegados desde Europa. Barrio mísero junto a los muelles, en unas pocas manzanas se hacinaban mas de 200.000 inmigrantes, sobre todo judios.

En la calle Orchard, cerca del Five Points donde luchaban los gangs of New york, de la Peículca de Scorsese, se ha levantado un museo que recrea las condiciones de vida de aquellos inmigrantes. Un homenaje a las vidas de todos aquellos que se dieron de bruces con el sueño americano. Atravesaron el océano en busca de fortuna y solo encontraron hambre y penuria.

Se trata del Tenement Museum. Los Tenement eran pequeños pisos compartidos por varias familias. El museo ha mantenido varios Tenement en el número 97 de la calle Orchard, tal y como eran, y ha reconstruido la experiencia de dos familias que lo habitaron en épocas distintas: Los Grumpetz, venidos de Alemania, y los Baldizzi, de Sicilia.

Natalie y Julius Grumpetz se establecieron allí en 1870 y allí tuvieron a sus cuatro hijos. En 1874, un año después de la gran depresión que sacudió America, Julius desapareció, de la noche a la mañana, sin dejar ni rastro y nunca mas se supo de aquel cortador de tacones para zapatos. Natalie tuvo que arreglarselas sola para sacar adelante a su prole.

Los Baldizzi llegaron en 1928 desde Palermo, y tambien les tocó vivir tiempos de mucha pobreza. La Ayuda Social Municipal les daba cajas de queso, en las que el marido después plantaba margaritas para animar a su esposa, que tanto añoraba los campos de Sicilia.


7 comentarios:

Judax dijo...

Cuantos sueños convertidos en pesadillas !!!!

Lo malo es que no es agua pasada, es el presente de muchos miles que buscan esperanza en nuevos lugares y solo encuentran lo de siempre, explotación, hambre, miseria, y leyes que los convierten en delincuentes por el mero hecho de existir.

Un abrazo solidario a todos los espaldas mojadas y refugiados del cosmos. Ellos son quienes con su pobreza pagan el bienestar y el progreso.

gus aneu2 dijo...

Yo no lo sabría expresar mejor. Aupa Judax

cosmopolitana dijo...

El padre de mi suegra contaba que cuando llegó de Italia a NY pensb que las carrreteras d ela ciuad estaban pavimentadas con oro. Pronto descubrió tres cosas: que no estaban pavimentadas con oro; que no estaban n siquiera pavimentadas y que esperaban que las pavimentara él.

cosmopolitana dijo...

Me gustaría añadir que lo verdaderamente triste es el olvido, la falta de memoria histórica, que tuvieron las generaciones futuras. Son ellos los que al fin y al cabo han construido los EEUU. La gente más retrógrada, reaccionaria, racista y conservadora son los nietos de quienes tanto sufrieron y trabajaron para labrarse un futuro.

cosmopolitana dijo...

Aventurero, borramé el comentario primero porque me he dado cuenta de que está lleno de faltas. Lo edito, majo.

EL AVENTURERO dijo...

me da pena quitarlo, cosmop, la experiencis de tu abuelo politico es muy ilustrativa

Wendy Pan dijo...

Antes que nada decirte que tengo tu morrocotuda página abierta dos veces para no perderme esa maravillosa música mientras te escribo.

Y sólo añandir que estoy completamente de acuerdito con el comentario número 2 de 'cosmopolitana', la gran vergüenza de ese gran país es esa:
que todos son de fuera, que a su llegada los tratan como basura y con el paso del tiempo y de las generaciones se vuelven todos igual de idiotas.

Y como esta visto que mi comentario es un enaltecimiento del '2', pues 2 vivas por todas las tribus indias, exterminadas o no, de américa:
VIVA! VIVA!!!

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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