lunes, 6 de octubre de 2008

Gabo Girão

Mas sitios de Madeira. Situado al oeste de la ciudad de Funchal, Cabo Girão es un promontorio casi vertical que se levanta imponente a 580 m. encima del mar.

Dicen los folletos, que el Cabo Girão es el acantilado más alto de Europa y el segundo del mundo, pero según mis exhaustivas investigaciones, sólo en Europa existen otros dos con mayor altitud, Preikestolen (Noruega), con 604 metros y Slieve League (Irlanda), con 601 metros.

En cualquier, caso es un acantilado altísimo. Existe ahora un teleférico que permite acceder a la Fajã dos Pescadores, una bonita playa, durante muchos años apenas accesibles en barco, y una especie de telesilla vetusta para trasportar las exóticas plantas que se cultivan en el terreno escalonado.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Nunca te has dado cuenta, oh aventurero, de la cantidad de veces que ves, vayas donde vayas, las (pongase aquí lo que sea que se ha visitado) únicas, más grandes, más pequeñas, etc... del mundo, Europa, España...?
Yo llevo ya tres únicas ermitas excavadas en la roca en Spain. No quiero ni pensar cuantos parajes únicos existen en el ancho mundo.

EL AVENTURERO dijo...

Claro, muskilda
Hay que entender que queda mucho mejor decir "el acantilado mas grande del mundo" que decir "un acantilado grande". Donde va a parar

Pilar Soro dijo...

Siempre me ha intrigado mucho como podeis hacer estos dibujos tan estupendos, que usas ¿una tablet digital? Soy maestra y solemos dibujar con lápiz, repasar con rotulador negro, escanear y pintar con PAint.net, queda muy bonito. Pero me gustaria saber cual es tu técnica.
Muchas felicidades por este estupendo blog.

EL AVENTURERO dijo...

hola, pilara

la tecnica que suelo usar es parecida a la tuya: dibujar con rotulador, escanear y colorear con photoshop

gus aneu2 dijo...

Pués no he sido yo, pero ese número seguro que tiene algo de maligno en alguna cultura, o de benigno, no sé, sí había un chiste
- ¿es el 44444?
- sí
- cuatrero!!!"

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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