miércoles, 30 de mayo de 2007

El reloj astronomico de Praga


Esta pieza de ingeniería medieval está compuesta por una esfera superior, con los signos del zodíaco, y una esfera inferior, con el reloj calendario, e indica la hora checa, la centroeuropea, la babilónica y la astral.
Cada vez que el reloj marca las horas, varios autómatas aparecen en escena. Asoma primero la figura de la
Muerte en forma de esqueleto que sostiene en la mano izquierda un reloj de arena que levanta e invierte implacablemente. Se abren entonces dos ventanas y aparecen las imágenes de los 11 apóstoles (judas ha sido excluido) encabezadas por San Pedro, con una llave dorada en la mano, y al final, San Pablo con una espada y una pluma. Un gallo canta y el reloj marca la hora. Les siguen el Turco, símbolo de la lujuria, que sacude la cabeza de lado a lado; la Avaricia, representada por un mercader de Venecia, y la Vanidad, que se mira coqueta en un espejo.

Sin embargo, la singularidad de este reloj radica en su complicada esfera astronómica, que indica la posición y el movimiento de los cuerpos celestes con relación a Praga, reproduciendo las órbitas del Sol y de la Luna alrededor de la Tierra y el movimiento de los astros a través de los signos zodiacales.
Es también el único del mundo capaz de medir la hora babilónica, importante para la magia y la alquimia. El día babilónico abarca el período de tiempo que va de la salida a la puesta del Sol. Esto significa que en verano la hora babilónica es más corta que en invierno.
Sus complejos mecanismos fueron creados por el maestro Hanûs, y cuentan que una vez acabado el rey Wenceslao IV ordenó que le arrancaran los ojos, para que nunca pudiera hacer otro igual. “En mala hora se me ocurrió aceptar el encarguito”, protestó el cegado maestro Hanûs.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué hijoeputo...

Soy Gata animada, qué no sé por qué no me deja registrarme.
Un beso, aventurero.

Lovely dijo...

Pobre Hanûs!! El día que aceptó en encargo mejor se hubiera quedado en la cama.

Este reloj es una auténtica maravilla. Praga es una de las ciudades más bonitas que he visitado, y junto con el puente de San Carlos, el reloj astronómico me dejó enamorá.
Me ha gustado mucho este blog; yo también soy muy viajera y me gusta leer sobre viajes, así que creo que te visitaré a menudo.
Ah, y gracias por tu visita

Agur

Anónimo dijo...

Cómo era aquello de "maldita la hora" en que inventé este reloj" (Hanûs 16/10/1398). Un año despues Wenceslao IV fue encarcelado por los alemanes.

Anónimo dijo...

¡¡qué potitooooooooooo!!

otro día más

Teniente Colombo dijo...

Me encantó el reloj astronómico cuando estuve en Praga, pero la guía que nos lo enseñó no nos dio tantos datos como el Aventurero.

Me encantaría vivir en Praga una temporada. Pero en primavera, porque aunque en invierno estaba muy bonita, no he pasado más frío en mi vida.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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