Mi nombre es al-Mansur, el Victorioso.
Yakub al-Mansur, tercer sultán de la dinastía almohade, señor de los ejércitos y príncipe de la fe.
Mi estirpe descendió del alto Atlas, y extendió sobre estas tierras la grandeza del linaje de los masmuda, antes de que los benimerines y los saadianos hubieran puesto su vista en ella.
Cuando muevo los labios mi voz atruena desde Castilla hasta Sudán, y las tempestades de mi espíritu dominan los mares y los océanos desde Trípoli hasta Mauritania. Mientras la Europa cristiana dormitaba en el oscurantismo medieval, yo levanté un imperio en el que florecieron las letras y las ciencias. Averroes y Maimónides fueron escuchados en mis dominios, pero también Aristóteles y Séneca.
Mi nombre es al-Mansur, el victorioso, hijo de Abd al-Mumin, y entre mis incontables obras, una deslumbra a los hombres como el sol del mediodía: el minarete de la mezquita de Marrakech. Una extraordinaria construcción como no se había visto antes en el mundo musulmán, que mis predecesores habían iniciado hacía ya cuarenta años, esa que vosotros llamáis la KUTUBIA, predecesora y hermana gemela de la Giralda, de Sevilla, obra maestra del arte hispano-magrebí.
A medida que se elevaba la construcción hacia los cielos, se desvelaba ante nuestros ojos la delicada decoración que le daba una ligereza y refinamiento desconocidas hasta aquellos dias.
En la madrugada de la quinta luna, vi concluida la delicada torre y, en el ocaso de la sexta, mandé demolerla y construir otra exactamente igual a escasos metros. No busqueis razones. Asi fue mi voluntad y asi se cumplió.
Mi nombre es al-Mansur y punto pelota.
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.
4 comentarios:
...punto pelota y olé !!
Ya podrían aprender argo los fanático-mamelucos-ijnorantes de los musulumanes de hoy día de sus cultísimos ancestros (veasé, pa los vagos despíritu, el personaje de Morgan Freeman en el Robin Hood de Kevin-cosne-de-jesú).
Así daba gusto que lo invadiesen a uno, y no como se suele hacer (sobre todo de moda hoy día) destruí, destruí y destruí...
Hasta el Cid Campeadó (de Burgos como la menda, digo la mendy lerendy) se hizo amiguete de esos árabes con tanto glamur !
oye, que tu has viajado mogollon.
va a ver que parar esto hablar con ming, algo.
señora mayor, hoy un poco mas mayor, felicidades tambien para ti
mola al mansur, mola la lecche.
No se habrá reencarnado en ingeniero de la linea de alta velocidad Madrid- Barcelona?
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