lunes, 7 de abril de 2008

Canta Napoli!


Que nadie se deje impresionar por lo que he dicho de la basura y la camorra y tal. Precisamente todo eso aumenta el encanto de esta ciudad caótica y sucia, pero también alegre y vital.

En Nápoles la gente todavía vive en la calle, siguen descolgando cestas por la fachada para que el panadero deposite la hogaza del día. Espontáneos tenores improvisan operetas en las tabernas de aire portuario y los mercados al aire libre siguen proporcionando género fresco y bullicio mañanero. Orquestas de barrio animan el abigarrado ambiente de las piazzetas y las mammas vociferan a sus bambinos desde los balcones de antiguos palacios descascarillados

La quintaesencia de lo italiano, vamos


7 comentarios:

gus aneu2 dijo...

Pues tu dibujo me recuerda a la calle Sasnta Isabel de Madrid a la altura del mercado de Antón Martín.

Tom Hagen dijo...

Mola lo de descolgar las bolsas por la fachada para que te echen el pan...si es que hay que economizar esfuerzos...xD

Anónimo dijo...

... o tropiezas con una banda tocando la tarantella napoletana

http://www.youtube.com/watch?v=FLi0iGBwCo0

bravisima Napoli!!!!

isaac dijo...

Que recuerdos lo de las sacas de pan colgantes... me recuerda al barrio de mi abuela, donde pasé mi infancia.

Wendy Pan dijo...

Y que cante alto y claro!!

Bona nit Bajis

gus aneu2 dijo...

¿has vuelto con ritmo tano? Te noto algo perezoso, espero que sea eso y no cualquier otra cosa.
Abrazos

EL AVENTURERO dijo...

ando un poco liado, pero enseguida cogere ritmo

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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