domingo, 6 de enero de 2008

antiguidades


En Portugal las tiendas de articulos nuevos parecen tiendas de segunda mano. Las tiendas de segunda mano parecen almonedas. Las almonedas parecen anticuarios y los anticuarios parecen mas anticuarios. Es como si a todo le sumasen 30 años y le diesen una pátina de betún de Judea.

9 comentarios:

Wendy Pan dijo...

Qué quieres decir? que en Portugal todo parece más viejo de lo que es?
Pos que yo sepa tiene los mismos siglos que la vieja España (ya no hablemos de Castilla la viejuna)...


..., no lo entiendo...ME LO EXPLIQUE

S dijo...

Mejor no me paso por Portugal entonces, que ya me siento suficientemente viejuna...

Por cierto feliz Año Nuevo!!! Y muchos besotes!

gus aneu2 dijo...

Si que es así, sí, y eso desde el escaparate, porque cuando tratas con el tendero y te trata de usted y te llama licenciado ya es como hubieramos cambiado de siglo.

EL AVENTURERO dijo...

hola, s cuanto tiempo!
que tal por girona?

desgraciadamente no necesitamos ir a portugal para sentirnos viejunos

Wendy Pan dijo...

...pero somos los viejunos más jóvenes del universo XDDDDD

S dijo...

Por Girona todo bien, aunque ahora me voy un mes a Dublin... mira, por hacer algo, me voy a currar fuera!

Besotes!!

Jas dijo...

Aupa Bajito!!

Te tengo un poco olvidao, pero es que no doy a basto, entre hacer el vago y hacer el vago no me queda más tiempo...necesito un trabajo YAAA!!!

S guapa, espero que tengas suerte por allí, yo tengo un amiguete que se fue a Dublin con una beca, se le acabó y aún así no lo hemos recuperado, no sé que le habrán hecho por allí, pero no vuelve...cuidadín!!!

EL AVENTURERO dijo...

que lo pases muy bien en dublin, s, yo estuve por alli en semana santa y me gustó, era como un pueblo grandote

un beso

gus aneu2 dijo...

S!!!!
pásatelo muy bien, yo estuve un mes hace, no sé, 15 años? algo asi. Me lo pase muy bien, es una ciudad tan acogedora.

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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