lunes, 18 de junio de 2007

Merda d'artista

Hoy queria comentar una de las noticias mas sabrosas de estos ultimos días. A lo mejor la habeis leido.
El asunto comenzó en 1961, con una exposición en Milán en la que Piero Manzoni y Agostino Bonalumi, artistas conceptuales, participaron con escaso éxito. Al acabar la exposición y tras intentar infructosamente vender su obra a un coleccionista, Manzoni exclamó: “Estos imbéciles de burgueses milaneses sólo quieren mierda. Y yo estoy dispuesto a dársela.”
Envasó sus excrementos en latas y las etiquetó como 'Mierda de artista'.

En total, Manzoni preparó noventa latas con 30 gramos de heces y las puso a la venta a precio de oro. Total, no tenía nada que perder. Manzini, que murió poco después de su ocurrencia con sólo 30 años, no llegó a conocer el alcance del éxito de sus latas, que fueron a parar a colecciones particulares y museos, como la galería Tate Modern de Londres, y por las que se han llegado a pagar 124.000 de euros. La gente se pegaba por conseguir una de estas latas, ícono del arte como provocación del nivel del urinario de Duchamp.
No se sabe si por su escatológico contenido o por no deteriorar tan valiosa obra de arte, el caso es que nadie ha abierto ninguna de las latas.
Pues bien, ahora parece que todo fue un gran fraude de Manzini, según declaró el otro día en el Corriere della Sera su amigo y compañero de fatigas artísticas, Agostino Bonalumi: Las latas contienen sólo yeso, no tienen mierda!
Jajajaja, que broma tan depurada! el bueno de Manzini se descojonará en el mas allá de todos esos millonarios snobs, que pensaban que habían adquirido una lata con mierda y resulta que en realidad solo han comprado un trozo de yeso!!

6 comentarios:

JoFz dijo...

¿Quién será el primero que abra su lata para dar o quitar la razón a Bonalumi? Seguro que él también estará relamiendose pensando en las consecuencias de su artículo.

lenoreanabel dijo...

Jajajajajaja. Qué bueno!!!!!!! no quieren arte pues dos latas, digo, dos tazas...jejejeje.

Éowyn dijo...

Joder que casualidad, nos lo contó el otro día el profe de arte y nos puso la foto esta del bote. qué tio! y el que compre eso menudo gilipollas XD

Teniente Colombo dijo...

No conocía a ese tipo, pero sin duda era un gran "artista". Un tío con mucho arte, vaya.

EL AVENTURERO dijo...

supongo que la cotizacion de las latas habra caido en picado desde que se sabe que son de yeso

tentetieso dijo...

Y digo yo: ¿qué más da? ¿El valor de la obra no está precisamente en denunciar el mercantilismo (¿arbitrario?) presente desde hace décadas en el mundo del arte? ¿Qué importa entonces lo que contengan las latas? ¿O acaso la mierda es más valiosa que el yeso? (Ah, perdón, si se trata de mierda de artista quizá sí...)

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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