martes, 12 de junio de 2007

No stress bahia

Despues de unos dias de introspección con las tortugas, en plan Robinson Crusoe, regreso a El Salvador en un autobús atestado de gente. Un tipo no puede controlar sus desarreglos digestivos y echa las potas encima de todo el pasaje.
Se adivina la proximidad de la ciudad.

11 comentarios:

Éowyn dijo...

XD muy chulo el dibujooo, por poco te pilla la pota a ti jeje.

Anónimo dijo...

qué sorpresa! si el aventurero también se enfada! Vaya cara malas pulgas que te has pintado

EL AVENTURERO dijo...

pues algo si que salpicó
y enfadado no estaba pero tampoco era para echar cohetes, tener un tio vomitando y que no puedes moverte de lo petado que va

EnfermeraDeNoche dijo...

Jajaja.

No me hace gracia, no :)

jajajajaja

Gata animada dijo...

¿No sería una cámara oculta?

Anónimo dijo...

como decía un amigo mío "el aventurero siempre tiene que viajar con protección: Unas gafas de sol, un chubasquero y un condón"

Tamaruca dijo...

Yo pensaba que el que vomitaba eras tú, jijji!

princess dijo...

:S pobresito, pero supongo que son los riesgos de todo aquel que se aventura a entrar a un autobus lleno de gente
Saludos desde Mexico

Jas dijo...

Vaya dibujín Bajito, ese colorcillo que le has puesto al potaje, andaaaa queeeee....jajajaja.

Nota recordatoria: mañana (hoy ya), estreno de Substantia en Bilbao, espero informes ;-)

Teniente Colombo dijo...

¿Y el olor después, eh? Eso es lo más importante.

EL AVENTURERO dijo...

jas, ya he quedado e4sta tarde con marina para ir a ver tu corto.
mañana te cuento.
a los demas saludos y disculpas por el escatologico dibujo

amica veritas, sed magis amicus plauto

Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.



En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.



Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.



Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.



Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.



En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.



Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.



Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.



Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.

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